viernes, 25 de julio de 2025

SANTA CRISTINA, Virgen y Mártir (+ alrededor del año 300) —24 de julio.

 



Cristina era una niña de diez años; sin embargo, se necesitaron nada menos que tres tiranos sucesivos para condenarla a muerte, pues los dos primeros fueron víctimas de su crueldad. Su padre era un gobernador romano llamado Urbano, muy adicto al culto a dioses falsos. Cristina, inspirada desde arriba, tras haber abierto los ojos a la verdadera fe, retiró todos los ídolos de oro y plata que su padre adoraba en casa, los rompió en pedazos y los dio como limosna a los cristianos pobres. Ante esta noticia, la ira de su padre no tuvo límites; fue abofeteada, azotada y desgarrada con garras de hierro.

 


En medio de estas torturas, la heroica niña conservó la paz de su alma y recogió los pedazos de su carne para presentárselos a su desnaturalizado padre. La tortura de la rueda y la del fuego le resultaron inofensivas. Un ángel acudió entonces a la prisión de Cristina para curar sus heridas. Su padre hizo un último esfuerzo; la hizo arrojar al lago cercano con una piedra alrededor del cuello, pero un ángel la condujo sana y salva a la orilla. Este nuevo prodigio irritó tanto al bárbaro padre que, al día siguiente, lo encontraron muerto en su cama.

 


Un nuevo gobernador heredó su crueldad; hizo que Cristina yacese en una palangana de aceite hirviendo mezclado con brea; pero ella se persignó y no sintió el dolor de esta tortura. Tras más torturas, fue llevada al templo de Apolo; en cuanto entró, el ídolo se rompió en pedazos y el tirano cayó muerto. De inmediato, tres mil infieles se convirtieron a la verdadera fe.

 


La valiente mártir tuvo que comparecer ante un tercer juez, deseoso de vengar la vergüenza y la muerte de sus dos predecesores. Hizo que la joven mártir fuera arrojada a un horno ardiente, donde permaneció cinco días sin sufrir daño alguno. Los verdugos, desesperados, la dejaron en prisión entre una multitud de víboras que no le causaron daño alguno. Le cortaron la lengua, pero perdió el habla. Finalmente, atada a un poste, fue atravesada con flechas.

 

Abad L. Jaud, Vidas de los santos para cada día del año, Tours, Mame, 1950.

jueves, 19 de junio de 2025

LOS SANTOS HERMANOS GERVASIO Y PROTASIO, mártires. (+ Siglo I)—19 de junio.

 


   Habiendo descubierto san Ambrosio por divina revelación los sepulcros de estos santos mártires de Milán, halló a la cabecera una escritura con estas palabras: «Yo, Filipo, siervo de Cristo, en compañía de mi hijo hurté los cuerpos de estos santos, y dentro de mi casa los sepulté. Su madre se llamó Valeria, y Vital su padre. Nacieron de un parto, y los llamaron  Gervasio y Protasio.



   Siendo ya difuntos sus padres, y habiendo sucedido ellos abintestato en sus bienes, vendieron la casa propia en que habían nacido y toda su hacienda, y repartieron el precio de ella a los pobres y a sus esclavos, dándoles libertad. 

   Diez años vacaron a solo Dios, dándose a la lección y a la oración, y al onceno, alcanzaron la corona del martirio. 

   A esta sazón pasó por Milán el general Astasio que iba a la guerra contra los bárbaros: le salieron al camino los sacerdotes de los ídolos, y le dijeron que si quería alcanzar victoria de sus enemigos apremiase a Gervasio y Protasio, que eran cristianos, para que sacrificasen a los dioses inmortales, los cuales estaban de ellos tan enojados, que no querían hacer a los pueblos el favor que solían con sus oráculos.

   Les mandó Astasio buscar y prender, y les rogó que le hiciesen placer de ofrecer con él sacrificio a los dioses, para que prosperasen su jornada y tuviese buen suceso aquella guerra: a lo que respondió Gervasio: «la victoria ¡oh Astasio! la da del cielo el Dios verdadero y no las estatuas vanas y mudas de los dioses.»




   Se enojó Astasio sobremanera con esta respuesta, y le mandó luego azotar y herir con plomadas fuertemente hasta que allí muriese; y con este tormento Gervasio dio su espíritu al Señor.


   Quitado de aquel lugar el cadáver, hizo llamar a Protasio y le dijo: « ¡Desventurado y miserable! mira por ti, y no seas loco como tu hermano.»

   Respondió Protasio « ¿Quién de los dos es miserable, tú que me temes a mí, o yo que no te temo a ti, ni hago caso de tus dioses ni de tus amenazas?»

   Al oír el general estas palabras le mandó moler a palos con unos bastones nudosos, y le dijo: « ¿Quieres perecer como tu hermano? » 


   
   El santo respondió: « No me enojo contigo porque mi Señor Jesucristo no abrió su boca contra los que le crucificaron: te tengo lástima y te perdono porque no sabes lo que haces.»

   Finalmente el general le hizo degollar, y mandó arrojar los sagrados cadáveres de los dos hermanos en un muladar.

   Y yo Filipo, siervo de Cristo, con mi hijo tomé de noche los cuerpos de estos santos y los llevé a mi casa y siendo Dios solo testigo los puse en un arca de piedra.»


   Reflexión: Habiéndose aparecido los santos a san Ambrosio, arzobispo de Milán, convocó éste a todos los obispos comarcanos, y cavando la tierra en el lugar señalado que estaba en la iglesia de san Nabor y san Félix, hallaron el arca de piedra. La abrieron, y vieron los cuerpos de los mártires, y el fondo del sepulcro lleno de sangre, exhalando un maravilloso olor qué se extendió por toda la iglesia, e ilustrándoles el Señor con estupendos milagros, señaladamente dando vista a un ciego muy conocido en toda aquella ciudad de Milán. 



   Boguemos al Señor que estos auténticos prodigios referidos largamente por san Ambrosio que los presenció, abran los ojos de nuestra alma para ver con mayor luz del cielo la divinidad de la fe por la cual dieron sus vidas tan ilustres mártires.




   Oración: ¡Oh Dios! que cada año nos alegras con la festividad de tus bienaventurados mártires Gervasio y Protasio; asístenos con tu gracia para que nos inflamen con sus ejemplos estos santos de cuyos méritos nos alegramos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.



FLOS SANCTORUM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.

miércoles, 18 de junio de 2025

SAN MARCOS Y SAN MARCELIANO, hermanos mártires. (+ 286)— 18 de junio.

 


   Los valerosos y nobles caballeros de Jesucristo, Marcos y Marceliano, fueron romanos y hermanos de un vientre y de ilustre sangre, e hijos de Tranquilino y de Marcia, personas muy ricas y principales. 

   Eran cristianos y ya casados, y con hijos. 




   Los mandó prender por la fe de Cristo, Cromacio, prefecto de Roma, y les condenó a gravísimos tormentos y a ser después degollados, si dentro de treinta días no volvían en sí obedeciendo al mandamiento imperial y adorando a los dioses del imperio.




   En este espacio de tiempo no se puede fácilmente creer las máquinas que usó el demonio para derribarlos, las batallas que tuvieron, la batería y asaltos que les dieron su padre y su madre, sus mujeres e hijos, sus deudos, amigos y conocidos que eran muchos, por ser los santos mártires personas de tanta calidad y estima.




   El glorioso san Sebastián, que era a la sazón caballero de la corte imperial, y encubría exteriormente su fe para ayudar mejor a los cristianos perseguidos, se halló presente a todos estos encuentros y combates: y viendo que las entrañas de Marcos y Marceliano se ablandaban, con las lágrimas de sus padres, esposas e hijos, juzgó que era tiempo de declarar lo que tenía encerrado en su pecho, y manifestar que era cristiano, para que los dos hermanos no lo dejasen de ser; ni dejasen de exponer su cuerpo a la muerte por la fe de Jesucristo.


   Entonces les habló tan altamente de la brevedad, fragilidad y engaños de esta vida mortal, y de la certidumbre y gloria de la bienaventuranza de que presto gozarían, que los dos santos hermanos se determinaron a morir, y los que estaban presentes se convirtieron a la fe del Señor, y fueron compañeros en el martirio de aquellos mismos a quienes antes con palabras, llantos y gemidos persuadían a adorar los falsos dioses.


   Y así pasado el término de los treinta días, un juez llamado Fabián, que había sucedido a Cromacio, y era hombre cruelísimo, mandó atar a los santos hermanos en un madero y enclavar en él sus pies con duros clavos.




   En este tormento estuvieron un día y una noche, alabando al Señor y cantando a versos algunos Salmos repitiendo con singular afecto y ternura aquellas palabras del real Profeta: «¡Oh! ¡Qué buena y qué alegre cosa es habitar dos hermanos en uno!»


   Finalmente, espantado el juez de la fortaleza y perseverancia de los dos santos hermanos, que en lugar de desear verse libres de aquellos grandes tormentos, le pedían que les dejase morir allí unidos de aquella manera en amor de Jesucristo, mandó que los alanceasen y con este género de muerte dieron sus almas a Dios.



   ReflexiónHas visto como estos dos santos hermanos movidos por la falsa compasión de los que les amaban con solo el amor de la carne y sangre, llegaron a blandear con sumo riesgo de perder la fe y la palma del martirio.

   ¡Alerta pues con las seducciones del amor carnal, y de las amistades y respetos mundanos!

   Porque si por una criminal condescendencia llegases a perder la amistad de Dios, el alma y el cielo; ¿por ventura podrían tus deudos o amigos librarte del infierno?

   Y aunque ellos también se condenasen, ¿acaso podrían darte allí algún alivio o consuelo con su presencia y maldita compañía?

   Deja pues su amistad, si no puede compadecerse con la amistad de Dios. Un corazón magnánimo no ha de temer a ningún hombre: solo ha de temer a Dios omnipotente.


   Oración: Concédenos, oh Dios todopoderoso, que pues celebramos el nacimiento para el cielo de tus santos mártires Marcos y Marceliano, seamos libres por su intercesión de todos los males que nos amenazan. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.



FLOS SANCTORUM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.

jueves, 5 de junio de 2025

SAN BONIFACIO, apóstol y mártir de Alemania. (+ 755). — 5 de junio.

 



   El celosísimo apóstol de Alemania san Bonifacio nació en la provincia de los Sajones occidentales en el reino de Inglaterra.

   Procuró su padre inclinarles a las cosas del mundo con halagos y con amenazas, pero cayendo malo de una grave enfermedad, conoció que aquel era castigo del cielo por la violencia que hacía a su hijo; y llorando su culpa condescendió con él enviándole a un monasterio para que allí se dedicase a la virtud y a las letras.

   Ordenado de sacerdote, le querían los monjes por superior y abad, más encendido él de un ardiente deseo de predicar el Evangelio a los gentiles y sellar su predicación con su sangre, se fue a Roma donde el papa Gregorio II le dio un tesoro de reliquias y un breve muy favorable para que predicase a los infieles de cualquier parte del mundo.

   Pasó luego el varón apostólico a Alemania y evangelizó las provincias de Turingia, Frisia y Hasia que confina con la Sajonia, donde bautizó gran número de infieles, derribó los templos de los falsos dioses y edificó otros nuevos al verdadero Dios, el cual le favoreció con singulares prodigios.




    Arrancando un día un árbol de extraordinaria grandeza que llamaban el árbol de Júpiter, concurrió gran multitud de paganos para estorbarlo y matarle, pero viendo que en comenzando él a dar con la segur en el tronco, caía el árbol hecho pedazos en cuatro partes, se convirtieron y él edificó en aquel lugar un oratorio en honra del apóstol san Pedro.




   Pasaron de cien mil los infieles que convirtió; por lo cual el papa Gregorio III a la dignidad de obispo que ya tenía el santo, quiso añadirle la de arzobispo, mandándole que ordenase obispos donde fuesen menester.




   Presidió san Bonifacio un concilio en que se halló Carlomagno, donde se ordenaron muchas cosas muy útiles para el bien de la Iglesia; fue nombrado arzobispo de Maguncia, y en nombre del pontífice coronó por rey de Francia a Pipino.




   Habiendo tenido noticia de que los Frisones habían vuelto a su antigua superstición, se embarcó con tres presbíteros y tres diáconos y cuatro monjes, para reparar los daños que el demonio había hecho en aquella provincia; y estando un día el santo con sus compañeros cerca de un río aguardando que viniesen los gentiles bautizados para recibir la Confirmación, cayeron sobre ellos de repente armados los bárbaros paganos y mataron a aquellos apostólicos varones y a otros cincuenta y tres compañeros, todos los cuales alcanzaron con san Bonifacio la palma del martirio.





Reflexión: Es muy celebrado un dicho de san Bonifacio, el cual hablando de los sacerdotes y de los cálices antiguos y de los de su tiempo, dijo que los sacerdotes antiguos eran de oro y celebraban en cálices de madera, y los de su tiempo eran sacerdotes de madera y celebraban en cálices de oro.

   De este dicho se hace mención en el Decreto y en el concilio Triburense.

   No quiso decir el santo que no estuviese bien empleado el oro en el servicio de Dios, que bien merece nuestro Señor todo esto y mucho más: sino que deseaba que los sagrados ministros fuesen también puros y preciosos como el oro en el acatamiento divino.




   Roguemos pues al Señor por los sacerdotes, para que no permita que ninguno se haga indigno de su sagrado y angelical ministerio, sino que todos resplandezcan por su vida ejemplar, y sean, como dice Jesucristo, la luz del mundo y la sal de la tierra.


Oración: Oh Dios, que te dignaste llamar al conocimiento de tu nombre una
muchedumbre de pueblos por medio del celo de tu bienaventurado mártir y pontífice Bonifacio, concédenos propicio que experimentemos el patrocinio de aquel santo cuya solemnidad celebramos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.



FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.

martes, 25 de marzo de 2025

SAN RICARDO DE PARÍS, niño, mártir (Año 1180) — 25 de marzo.

 


Al fin del reinado de Luis VII en Francia, y al principio del de Felipe Augusto, su hijo, que reinó algún tiempo con él, ocurrió en París un hecho casi análogo al ocurrido en la ciudad de Norwich (24 de marzo). El mártir también estaba en edad de razón, y por eso su victoria fue más notable y más gloriosa.

 

   Era un muchacho llamado Richard, de muy buena familia, de tan sólo doce años. Los judíos lo apresaron cerca de la fiesta de Pascua, lo condujeron a su casa y lo llevaron a una bóveda subterránea. El jefe de la sinagoga, al interrogarlo sobre sus creencias y lo que le habían enseñado sus padres, respondió con una firmeza digna de un verdadero cristiano:

 

   «Creo sólo en Dios Padre todopoderoso, y en Jesucristo, su único Hijo, nacido de Santa María Virgen, crucificado y muerto bajo Poncio Pilato».

 

   El rabino, ofendido por esta profesión de fe tan llena de candor, se dirigió a los judíos cómplices de su crimen y les ordenó que lo desnudaran y lo azotaran cruelmente. La ejecución siguió inmediatamente a la orden; el santo joven fue desnudado y golpeado con una furia que sólo podía corresponder a los hijos de la raza de Canaán. Mientras unos le trataban de esta manera, otros, que eran espectadores de la tragedia, le escupían en la cara y, en un horrible desprecio por la fe cristiana que profesaban, proferían mil blasfemias contra la divinidad de Jesucristo, mientras que el mártir le bendecía sin cesar, sin pronunciar otras palabras, en medio de todos estos tormentos, que el sagrado nombre de JESÚS.

 

   Cuando estos tigres hubieron gozado bastante de este primer tormento, le levantaron en una cruz, y le hicieron sufrir todas las indignidades que sus sacrílegos antepasados ​​habían hecho sufrir antiguamente a nuestro divino Salvador en el Calvario; Sin embargo, su barbarie no pudo quebrantar el coraje del Mártir; pero, conservando siempre el amor de Jesús en su corazón, no dejó de tenerlo en sus labios, hasta que al fin su pequeño cuerpo, debilitado por el dolor, dejó salir su alma con un suspiro, y con el mismo adorable nombre de Jesús.

 





   Una impiedad tan detestable, cometida en medio de un reino totalmente cristiano, no quedó impune. El rey incluso quiso exterminar a todos los judíos que estaban en Francia, porque casi en todas partes eran acusados ​​de crímenes similares; además de su usura. El rey por último se contentó con desterrarlos del reino.

 

   Dios quiso hacer ilustre la memoria del santo mártir, que murió por la causa de su hijo. La tumba que le erigieron en un cementerio llamado Petits-Champs, se hizo famosa por los milagros que allí ocurrían todos los días; lo que impulsó a los cristianos a levantar su santo cuerpo del suelo y llevarlo solemnemente a la Iglesia de los Inocentes, donde permaneció hasta que los ingleses, habiéndose hecho de algún modo dueños de Francia, y particularmente de París, bajo el débil rey Carlos VI, sustrajeron este precioso tesoro para honrarlo en su país, entonces católico, y nos dejaron sólo su cabeza. Todavía se podía ver en el siglo XVIII, en esta misma Iglesia de los Inocentes, custodiada en un rico relicario.

 

   La historia del martirio de San Ricardo fue compuesta por Robert Gaguin, general de la Orden de la Santísima Trinidad; se encuentra también en los Anales y Antigüedades de París; en el martirologio de los santos de Francia, y en varios historiadores que han escrito las acciones de nuestros reyes.

 

   Particularmente en Escipión Dúplex, cuando trata del reinado de Felipe Augusto, en el año 1180, este autor observa, con el cardenal Baronio, en el segundo volumen de sus Anales, que, ocho años antes, otros judíos habían cometido un crimen similar en la ciudad de Nordwich, en Inglaterra, en la persona de un niño, llamado Guillermo, como vimos.

 

   De este niño habla Polidoro Virgilio en su Historia de Inglaterra, como también lo hace el religioso Roberto du Mont en su suplemento a Sigeberto.

 

   Tenemos ya cinco santos inocentes martirizados por los judíos: Simeón, en Trento, Janot, en la diócesis de Colonia, Guillermo, en Nordwich, Hugo en Lincoln y nuestro Ricardo, en París. Pero existen miles de casos en toda la historia del cristianismo, algunos muy bien documentados.

 

   Podemos añadir un quinto, del que habla Raderus en su Santa Baviera, es decir, un niño llamado Miguel, de tres años y medio, hijo de un campesino llamado Jorge, del pueblo de Sappendelf, cerca de la ciudad de Naumburgo. Los judíos, habiéndolo raptado el Domingo de Pasión, para satisfacer su rabia contra los cristianos, lo ataron a una columna, donde lo atormentaron durante tres días con extrañas crueldades: así le abrieron las muñecas y las puntas de los pies, y le hicieron varias incisiones en forma de cruz por todo el cuerpo, para sacarle toda la sangre. Murió en este tormento en el año de Nuestro Señor 1340.

 

   Añadamos que, habiéndose convertido los judíos en objeto de un odio tan general, sólo los Papas y los concilios los salvaron, al menos a menudo, de la furia del pueblo y de los edictos de proscripción de los príncipes. En ciertas regiones y ciudades se cometieron terribles masacres o se les obligó, mediante amenazas y torturas, a abrazar el cristianismo.

 

   Alejandro II, por citar sólo dos ejemplos, elogió a los obispos españoles que se habían opuesto a esta violencia; El V Concilio de Tours (1273) prohibió a los cruzados perseguir a los judíos.