jueves, 24 de febrero de 2022
SAN MATÍAS, APÓSTOL Y MÁRTIR. (+ 60 de J. C.?) — 24 de febrero.
miércoles, 23 de febrero de 2022
San Sereno, monje y mártir. (+ 307) 23 de febrero.
El glorioso anacoreta y
mártir san Sereno, fué griego de
nación, y trae su genealogía espiritual de aquel gran celador de la honra de
Dios y santísimo profeta Elias, cuyos
discípulos y descendientes, desterrándose por, los desiertos, vivían sobre la
tierra como ángeles en carne humana. Moraba, pues, san Sereno en Sirmio de Pannonia,
donde tenía un huerto que labraba y cultivaba para proveer a su necesario
sustento, gastando el resto del tiempo en la contemplación de las cosas
celestiales.
Vino un día al huerto del santo una mujer
hermosa y liviana, esposa de un grande amigo del emperador, y viendo allí unas flores
bellísimas, que el santo había plantado para su honesta recreación, se puso a
cortarlas, imaginando que por ser ella señora tan principal, tenía autoridad
para todo, y no había de reparar en el disgusto que causaba al humilde
solitario, a quien como mujer gentil miraba con sumo desprecio. Mas nuestro santo le echó en cara su descortesía,
y como viese no ser aquella hora, ni el venir sola, decente a su autoridad, honestidad
y modestia, reprendióla ásperamente, diciéndola que no convenía a su persona y
calidad entrar en el huerto de un solitario monje, y luego con una santa ira,
la echó fuera. La mujer, que así se vio a su parecer despreciada, escribió una
carta a su marido, desacreditando la virtud del honestísimo monje con una atroz
calumnia. Irritóse sobremanera el celoso marido, y acusó a Sereno delante del emperador, el cual mandó que se hiciese información
de aquel falso crimen para que se castigase al reo como se merecía.
Dio el santo cuenta de sí con tan admirable
llaneza, que bien entendió el juez su inocencia, y le absolvió. Entonces, el
perverso marido, por instigación de la mala hembra, le acusó y denunció por cristiano
y capital enemigo de los dioses del imperio, por lo cual Maximiliano le mandó
prender de nuevo y le obligó a sacrificar a los ídolos, o al menos a hincar como
él la rodilla para adorarlos. Negóse el santo a esta sacrílega veneración de los
demonios, y como perseverase constante en la confesión de Jesucristo, sin que bastasen
ruegos y amenazas a quebrantar su fe, mandó el tirano eme le cortasen la cabeza,
y en este suplicio recibió el santo la corona del martirio y de su virginal honestidad.
Reflexión: No
es nuevo en el mundo ser perseguido de mujeres livianas y antojadizas la honestidad
de los varones justos, y así es digno de alabanza el bienaventurado Sereno
cuando considerando el riesgo que podía venirle a su bendita alma de semejante
compañía, por ser la mujer deshonesta fuego y rayo que de repente abrasa y
hiere, reprendióla y la echó fuera de su jardín por conservar más pura su
castidad, mereciendo por este triunfo la corona y palma del martirio. Y aquí
has de saber, hijo mío, y asentar bien en tu corazón y en tu memoria, que en
estas y demás batallas de la castidad, el que huye es el más fuerte, y el que
mejor sabe huir, triunfa con mayor gloria de este capital enemigo. Apártate,
pues, de las conversaciones y amistades peligrosas; huye de los espectáculos
profanos, y ataja cualquiera pensamiento o imaginación contraria a la santa
pureza. Si quieres ser casto, esto has de hacer; y si esto no haces, es porque
no quieres ser casto.
Oración: ¡Oh
Dios omnipotente! Concédenos por la intercesión de tu bienaventurado mártir
Sereno, que seamos libres de todas las adversidades del cuerpo, y limpios de
todos los malos pensamientos del alma. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
“FLOS
SANTORVM”
De
la familia cristiana
Año
1949
lunes, 21 de febrero de 2022
San Severiano, obispo y mártir. — 21 de febrero. (+ 452)
Gobernaba el glorioso san Severiano su Iglesia de Escitópolis en Palestina,
como celoso y vigilante pastor, procurando que su clero fuese delante de los
seglares con su ejemplar vida, que las iglesias fuesen bien servidas y
adornadas, que el pueblo fuese enseñado
en la ley de Dios, que se corrigiesen los vicios, acrecentasen las virtudes y
creciesen las obras de piedad, y que a
todos los fieles, así seglares como eclesiásticos y religiosos huyesen de toda sombra
de herejía y conservasen en toda su entereza la verdadera doctrina de la
Iglesia católica. Bajo el reinado de Marciano y
de santa Pulquería,
el santo abad Eutimio y la mayor parte de los monjes de Palestina habían recibido con singular reverencia y sumisión los decretos del concilio de Calcedonia que condenaba la herejía de los Eutiquianos,
los cuales
ponían mácula en la divinidad de Jesucristo, pero no faltó un
monstruo del infierno llamado Teodosio, que mal hallado con su vocación religiosa,
se divorció de Cristo y comenzó a perturbar los monasterios, y con el favor
de la emperatriz Eudoxia, que era
viuda de Teodosio el Joven y
vivía en Palestina, cobró grandes bríos para hacer guerra a la Iglesia de Dios.
Llevó a tal
extremo su osadía, que se sentó en la silla patriarcal de Jerusalén,
desterrando de ella al legítimo patriarca Juvenal, y poniéndose luego a la
cabeza de un ejército de herejes y bandidos, persiguió de muerte a los
católicos e inundó de sangre toda aquella tierra. Llegaron
también aquellos bárbaros a Escitópolis, y como el santo obispo
Severiano resplandecía como sol en aquella Iglesia de Cristo, fué una de las
primeras víctimas de su ciego furor, porque después de haberle prendido y atado,
le arrastraron con grande crueldad fuera de la población, y allí le apalearon y
sacrificaron con la inhumanidad que es propia de los herejes. Perdonó a sus mortales enemigos, y selló con su sangre la
verdadera fe de nuestro Señor Jesucristo, alcanzando así la corona de ilustre mártir.
Con el ejemplo de su cristiana fortaleza
se movieron muchos celosos ministros del Señor a predicar sin temor de la
muerte la divina palabra a toda aquella cristiandad, por lo cual en lugar de arruinarse
y deshacerse, se acrecentó maravillosamente con grande espanto y confusión de
los herejes, y señalada gloria de Jesucristo y de su verdadera y divina Iglesia
católica.
Reflexión:
Los herejes siempre han sido los mismos:
rebeldes, orgullosos y homicidas como Lucifer, padre de todos los apóstatas y
herejes. Ellos burlan y hacen escarnio de la llaneza y simplicidad que hay en
Cristo, desprecian las santas tradiciones de la Iglesia, blasfeman de los
santos y santas de Dios, y aborrecen y persiguen con loco atrevimiento a todos
los fieles católicos. Ellos se tienen por los sabios, por los hombres discretos
y humanos, y con todo se fingen unas monstruosidades de doctrinas abominables y
perversas, y sólo para sí quieren la libertad de pensar y de obrar a su antojo,
y no hay lobos más feroces que estos hombres sin entrañas, cuando a su salvo
pueden hacer presa en el rebaño de Cristo. Tú ruega a Dios con cuidado que los
convierta, y abominando de sus pestilenciales errores, guárdate de ser muy
amigo de tu propio parecer, y obedece a Jesucristo, doctor divino de los
hombres, y a su santa Iglesia infalible, en la cual está depositado el tesoro
de la verdad de Dios.
Oración:
¡Oh Dios omnipotente! Vuelve los ojos
piadosos sobre nuestra flaqueza, y pues nos oprime el peso de nuestras acciones
culpables, ampáranos por la intercesión gloriosa
de tu bienaventurado pontífice y mártir san Severiano. Por Jesucristo, nuestro
Señor. Amén.
“FLOS
SANCTORVM” – AÑO 1949.
sábado, 19 de febrero de 2022
SAN GABINO, PRESBÍTERO Y MARTIR. (+ 296) —19 de febrero.
El Martirologio romano
anuncia en este día el glorioso nacimiento al cielo de san Gabino, presbítero y
mártir, hermano de san Cayo, Papa. Después de haber estado largo tiempo en la
cárcel y con duras prisiones este generoso confesor de Cristo, por orden del
emperador Diocleciano, adquirió los gozos del paraíso por medio de una muerte
muy preciosa.
Fue san Gabino originario de Dalmacia, pariente del emperador Diocleciano, hermano del papa san Cayo, y padre de santa Susana, aquella que fue inmortal honor de las vírgenes romanas, pues prefirió la dicha de ser esposa de Jesucristo a la gloria de ser emperatriz de todo el mundo, derramando su sangre, y dando su vida por la fe. No se sabe con qué ocasión vinieron a vivir a Roma san Gabino y san Cayo. Puede ser que la fortuna de Diocleciano, que había ascendido por todos los grados de la milicia hasta el supremo empleo del ejército, trajese a su parentela a la capital del universo, corte ordinaria de los Emperadores; pero es más probable que los dos héroes cristianos pasasen a Roma puramente por motivo de religión, para vivir en una ciudad que era el centro de la fe, y donde triunfaba la Iglesia en medio de las más crueles persecuciones por la santidad de las costumbres, y por la vida ejemplar y fervorosa de todos los fieles.
Se tiene por cierto que san
Gabino nació de padres cristianos hacia la mitad del siglo III.
La bella educación que logró, la inocencia de su vida, la tierna devoción, que
parecía había mamado con la leche, sus piadosas inclinaciones desde su más
tierna infancia, todo esto prueba verosímilmente la Religión de los que le
habían educado. No se descuidaron en enseñarle con tiempo las bellas letras;
y como tenía un excelente ingenio nacido para el estudio, en poco tiempo
adelantó mucho en letras humanas; pero se dedicó
con mucha mayor aplicación a la inteligencia de la sagrada Escritura y de las
ciencias divinas.
Era casado Gabino, pero no tuvo
más que una hija llamada Susana,
a cuya crianza se aplicó con el mas vigilante
desvelo, imbuyéndola desde la cuna en el temor santo de Dios, inspirándola un
grande amor a la virginidad, y un sumo horror a todo lo que podía manchar el
alma. Era Susana de una vivacidad y de un espíritu extraordinario. Á los
seis años de su edad mostraba un despejo, una penetración y una brillantez tan
superior, que todos la admiraban por esto, aún más que por aquella
singularísima belleza que con el tiempo fue aplaudida por una de las mayores
hermosuras de toda Italia. Le faltó su madre siendo todavía muy niña; y su
padre Gabino
se dedicó enteramente a cultivar aquel nobilísimo
terreno que mostraba las más bellas disposiciones para la virtud y para ser algún
día, como lo fue, una ilustrísima mártir.
Apenas se vio nuestro
Santo desembarazado de los lazos del matrimonio por la muerte de su virtuosa
mujer, cuando se aplicó enteramente a estudiar la ciencia de la Religión, en un
tiempo en que el paganismo estaba más encarnizado en perseguir con furor a los
Cristianos. Libre
de los empeños del siglo, quiso ser admitido en el clero, y en poco tiempo fue
uno de sus más brillantes ornamentos. Correspondiendo su profunda erudición y
su grande sabiduría a su eminente virtud, no es fácil explicar el inmenso bien
que hizo en Roma este gran siervo de Dios. Elevado a
la dignidad del sacerdocio, a pesar de la oposición de su profunda humildad,
corría a las casas, las cabañas, los lugares subterráneos, y hasta las cavernas
y grutas de los montes, bosques y peñascos, donde estaban refugiados los tímidos
cristianos, para animarles, instruirles, administrarles los Sacramentos, y para
asistirles en todo. No cedía su celo al más generoso, almas infatigables, al más
industrioso ni al más eficaz. Veíase con admiración a este santo Presbítero
pasar las noches enteras en las lóbregas concavidades de las rocas, para
celebrar el santo sacrificio de la misa, y para alimentar con el divino pan,
que hace fuertes, a los que estaban en vísperas de ser sacrificados hostias
inocentes al Dios vivo en las aras del martirio.
No se contenía el celo
de san Gabino precisamente dentro de
los límites de estas grandes obras de caridad. Como era sabio, compuso un excelente tratado contra los idólatras, en
el cual, exponiendo las impías y monstruosas supersticiones de los paganos,
hacia visibles aun a los entendimientos más limitados y a los ojos menos
perspicaces el horror, la extravagancia y aun la locura de sus dogmas; demostrando
al mismo tiempo con tanta precisión, con tanta limpieza y con un modo tan
plausible la verdad y la palpable santidad de la religión cristiana, que no se
puede dudar que con esta obra hiciese gran número de conversiones, confirmando
en la fe a muchos a quienes tenia acobardados el miedo de los tormentos.
Habiendo sucedido san
Cayo en el pontificado al Papa Eutichiano el año de 282, vio nuestro Gabino abrirse un nuevo dilatado campo a su
infatigable celo. Se puede en cierta manera decir que nuestro Santo cargó con
parte de la solicitud pastoral del santo pontífice Cayo, y que Cayo
encontró en su santo
hermano un compañero fiel con quien repartió todos sus trabajos, sin exceptuar
el de sus mismas cadenas.
Pero mientras Gabino trabajaba con tanto fruto
en la viña del Señor, no por eso olvidaba el cuidado de su querida hija. Al
mismo tiempo que cultivaba su entendimiento con las luces más sublimes de
nuestros más elevados misterios, iba labrando su corazón con el ejercicio de
las más heroicas virtudes. Sobre todo, imprimió en ella un concepto, una idea
tan superior de la virginidad, que, despreciando generosamente los más
halagüeños tentadores atractivos del mundo, que podía prometerse por su claro
entendimiento, por su elevada cuna, por su hermosura incomparable y por su
extraordinario mérito, hizo voto de no admitir otro esposo que, a Jesucristo,
previendo bien que su fe y este amor a la virginidad pondrían algún día en sus
manos la gloriosa palma del martirio.
No ignoraba el emperador
Diocleciano que Cayo y Gabino,
sus parientes, eran cristianos, ni dudaba tampoco que Susana, mas distinguida por su raro mérito
que por su singular belleza, profesase también la misma religión que profesaba
su padre; pero como este Príncipe los primeros años de su reinado se mostró muy
favorable a los Cristianos, los dejó vivir en paz, y aun su familia estaba
llena de ellos. Susana
en la escuela de su padre Gabino hacia maravillosos progresos en la
ciencia de los Santos. Era la admiración de los
buenos, y el ejemplar de perfección que de ordinario se proponía a las
doncellas cristianas. No podía dejar de tener glorioso fin una virtud tan
singular, y parecía debida la corona del martirio a su virginal pureza, siendo
esta, en cierto modo, como la herencia rica de su casa.
Habiendo el emperador Diocleciano creado cesar
a Maximiano Galerio, quiso
también hacerle yerno suyo, dándole por mujer a su única hija la princesa
Valeria.
Muerta esta, el Emperador, que no quería que la púrpura saliese
de su familia, y que estaba bien informado de las eminentes prendas de Susana, resolvió darla por esposa al nuevo
César, y ordenó a un caballero pariente suyo, llamado Claudio, que buscase a Gabino, y que en su nombre le propusiese
esta boda. Gabino,
que conocía bien la virtud de su hija, y que antes
perdería la vida que la virginidad que tenía consagrada a Dios, se persuadió
desde luego a que el empeño del Emperador, y la constancia de Susana, a uno y a
otro les conseguiría la corona del martirio. Recibió al caballero con la
mayor urbanidad, y después de manifestarle lo agradecido que quedaba a la honra
que el Emperador quería dispensarle, pidió por favor se le concediese algún
tiempo para proponérsela a su hija, y para dar parte de ella a su hermano Cayo.
Llamó después separadamente a Susana, y con
voz dulce, con semblante sereno y tranquilo la dijo: —¿Conoces bien, hija mía,
la grande dicha que gozas en tener por esposo a Jesucristo? ¿Te haces cargo de
lo que vale tu estado? ¿Comprendes perfectamente su mérito y su valor?
—Conózcole tan bien, respondió
Susana,
que en su comparación me parecen menos que nada
todas las coronas del mundo: no hago mas caso de ellas que dé un poco de humo,
el cual solo se eleva para disiparse, solo sube para desvanecerse.
—Eso es, hija mía, estimar las cosas en su
justo precio, discurrir y hablar como se debe. Pero demos caso que el Emperador
quisiese hacerte su nuera; ¿parécete que la augusta dignidad de emperatriz no
te daría en los ojos, y no te tentaría el corazón? Sobre todo, si te dieran a
escoger, o la corona imperial, o la corona del martirio, ¿cuál de las dos
escogerías?
—¡Ay
padre y señor, exclamó la Santa, y qué dichosa seria yo si me viera en ese
paraje! ¡Qué presto tomaría mi partido! No, no sería capaz de deslumbrarme el
resplandor de la púrpura imperial. Esposa soy de Jesucristo, y esposa suya
moriré. Ninguna cosa del mundo es bastante para hacerme titubear en la fe, ni
para que padezca el menor vaivén mi fidelidad. Toda mi confianza la tengo colocada
en aquel Salvador omnipotente, que es el único dueño de mi corazón. No, no me
espantan los tormentos, y sino a la prueba me remito.
No pudo contener las lágrimas el virtuosísimo
padre, enternecido con la cristiana magnanimidad de su querida hija.
—¡Ea!,
pues, Susana, le dijo, viendo estoy que presto te hallarás en esta prueba. El
emperador quiere casarte con el césar Maximiano, y Claudio tu pariente vendrá a
hacerte la proposición de su parte. Apenas
habían acabado esta conversación cuando llamó Claudio
a la puerta; después de los primeros cumplimientos, declaró la voluntad y la
orden que traía del Emperador, dilatándose mucho en ponderar el esplendor y las
ventajosas conveniencias de tan ilustre alianza. Oyó Susana
la proposición con el más
profundo respeto; pero cuando llegó el caso de hablar, revistiéndose de un aire
resuelto y determinado, pero al mismo tiempo modestísimo y atento: —Admirada estoy, respondió a Claudio, que, si el Emperador
sabe, como no lo puede ignorar, que soy cristiana, piense casarme con un príncipe
pagano, y príncipe que sobradamente se ha declarado ya enemigo mortal de los
que profesan mi religión; pero si acaso lo ignora, yo os suplico que se lo
digáis de mi parte. Añadidle que estoy muy agradecida a la honra que me hace su
Majestad imperial; pero al mismo tiempo aseguradle que ningún hombre mortal me
tendrá jamás por esposa suya.
No dijo más por entonces, y despidiéndose cortesanamente
de aquel caballero, fue derecha a buscar a su tío el Papa
Cayo, y le refirió todo
lo que había pasado, ratificándose en la resolución de conservar su virginidad,
aunque fuese a costa de su sangre y de su vida. La confirmó
el santo Pontífice en su generosa resolución, animándola al martirio. Las
circunstancias de su gloriosa victoria se pueden ver en la vida de este Santo
el día 22 de abril, y en la de la Santa el día 11 de agosto. Por ahora nos
contentaremos con decir que, teniendo Gabino bien
previstas todas las resultas de la generosa resistencia de su hija a la boda
con Maximiano, no perdió punto de tiempo en confirmar la magnanimidad de
aquella cristiana heroína. Empleó todos los
motivos de amor que le podía inspirar su ternura, y todas las razones de
persuasión y de eficacia que le supo sugerir su elocuencia, para sostener aquella
grande alma en las fuertes pruebas que le estaban esperando. Á la
verdad, pocas veces campeó mas la fuerza de la divina gracia que en la serie de
este combate. Fortalecida Susana con la
virtud del Altísimo, triunfó de todo el infierno; y Gabino tuvo el consuelo de
ver triunfar la fe de Jesucristo en su propia familia.
Se convirtieron a la fe
Claudio, su mujer Prepedigna,
con dos hijos suyos, acompañándolos en la misma dicha su hermano Máximo, uno de los caballeros mozos más distinguidos en la
corte; los cuales todos habiendo sido instruidos por Gabino recibieron el Bautismo de mano del santo Papa Cayo, gloriosas conquistas que le llenaron de gozo, y más
cuando tuvo el dulce consuelo de verlos a
todos coronados del martirio.
Nuestro Santo fue el testigo del combate y
de la victoria de su querida bija, que sufrió los más crueles tormentos con tan
heroica constancia, que admiró hasta a los mismos paganos; no dudando san Gabino
que su poderosa intercesión le alcanzaría del cielo la suspirada gracia de
derramar también su sangre por Jesucristo.
Mucho tiempo había que ansiaba por este insigne favor como recompensa de sus trabajos, de su eminente virtud y de su celo. Con efecto, apenas triunfó Susana de los tormentos, coronando su virginidad con el generoso sacrificio de su vida, cuando fue arrestado san Gabino. Le encerraron en un oscuro espantoso calabozo, que fue para él lugar apacible de delicias. Resuelto el tirano a vencer la constancia de su fe, o por el tedio, o por las incomodidades de la prisión, o dejándole morir en ella de hambre y de miseria, le hicieron padecer cuantos tormentos puede inventar la más cruel barbarie. La hediondez intolerable del calabozo, la eterna oscuridad en que estaba sepultado, el hambre, la sed y todas las incomodidades del temporal pusieron su firmeza en las más terribles pruebas. Sufrió el Santo todos estos suplicios, no solo con una constancia inalterable, sino con tanta alegría como si pasara la vida más divertida y más regalada del mundo. Es verdad que aquel Señor, que cuida con tanta especialidad de los que fielmente le sirven, templó bien las amarguras de su prisión con la abundancia de los interiores consuelos conque día y noche inundaba a aquella bendita alma.
Seis meses pasó san Gabino en estos tormentos después de la preciosa muerte de
su hija santa Susana, hasta que, queriendo el Señor coronar su paciencia
premiando sus trabajos, permitió que le cortasen la cabeza. Terminó nuestro
Santo la carrera de su vida por un glorioso martirio el día 19 de febrero del
año 296, dos meses antes que lograse la misma suerte su hermano el santo
pontífice Cayo, y fue enterrado por los Cristianos el cuerpo de san Gabino en
el cementerio llamado de San Sebastián.
En el año de 1608, Carlos de Neufville,
marqués de Alincourt, señor de Villeroy, gobernador de la ciudad de León y del
Leonesado, y embajador en Roma, estando para restituirse a Francia, deseó traer
un cuerpo santo con que enriquecer su patria. Madama Jaquelina de Harlay, su
esposa, se le pidió al papa Paulo V, quien le dio el cuerpo de san Gabino, y
esta señora se le presentó a la iglesia de la Santísima Trinidad, del colegio
de la Compañía de Jesús de dicha ciudad de León, donde se guarda con mucha
veneración en una rica urna de plata, conservándose en el archivo del colegio las
letras auténticas originales de esta preciosa reliquia.
AÑO
CRISTIANO
POR
EL P. J. CROISSET, de la Compañía de Jesús. (1864).
Traducido
del francés. Por el P. J. F. de ISLA, de la misma Compañía.