jueves, 24 de febrero de 2022

SAN MATÍAS, APÓSTOL Y MÁRTIR. (+ 60 de J. C.?) — 24 de febrero.


 

   Habiendo caído el traidor Judas de la cumbre del apostolado, y acabado la vida con desdichado fin, escribe san Lucas en los Hechos Apostólicos, que después de la Ascensión de Cristo nuestro Salvador a los cielos, estando todos los apóstoles y los otros discípulos del Señor juntos, se levantó san Pedro como cabeza y Pastor universal de todos, y después de haberles referido brevemente la maldad y castigo de Judas, les dijo que para cumplirse la profecía de David, se había de escoger uno de los que allí estaban y habían conversado con Cristo desde el bautismo de san Juan Bautista, hasta el día en que subió a los cielos, y pareciendo bien a todos los que allí estaban, y eran como ciento y veinte personas, de común acuerdo escogieron dos entre todos: a José, que por su gran santidad llamaban Justo, y a Matías.

   Ambos eran de los setenta y dos discípulos.

   Se pusieron luego todos en oración, suplicando humildemente al Señor que pues él solo conocía los corazones, les manifestase a cuál de los dos había escogido, y cayó la suerte sobre Matías, concurriendo con gran consentimiento los votos en su persona. 






   Desde aquel día fue contado con los once apóstoles, y habiendo recibido con ellos y los discípulos el Espíritu Santo, comenzó a predicar el misterio escondido e inefable de la Cruz, con gran santidad de vida y con una lengua de fuego divino que encendía los corazones de los que le oían.

   Después, en el repartimiento que hicieron los sagrados apóstoles de las provincias en que habían de predicar, a san Matías le cupo Judea, donde convirtió muchos pueblos al Señor, y penetrando con su predicación y doctrina hasta lo interior de Etiopía, padeció muchos y muy graves trabajos de caminos por tierras ásperas y fragosas, y de persecuciones de los gentiles.

   Finalmente, después de haber alumbrado con la luz de Cristo muchos pueblos que estaban asentados en tinieblas y sombras de muerte, selló como los demás apóstoles, con su sangre, la doctrina del Evangelio, muriendo apedreado y descabezado por amor de su divino Maestro.





   Su sagrado cuerpo, según la más constante tradición, fue traído a Roma por santa Elena, y hasta hoy se venera en la iglesia de santa María la Mayor, la más considerable parte de sus reliquias. Se asegura que la otra parte de ellas se la dio la misma santa emperatriz a san Agricio, arzobispo de Tréveris, quien las colocó en la iglesia llamada de S. Matías.


   Reflexión: Nos dice el Espíritu Santo: «Conserva la gracia que tienes para que no reciba otro tu corona.» Y la infelicísima suerte de Judas, a quien arrebató san Matías la corona gloriosa del Apostolado, nos ha de hacer temblar y entender que no hay lugar seguro en esta vida, si el hombre no vive con cuidado y recato, pues Lucifer cayó en el cielo, nuestro padre Adán en el paraíso, y Judas en el Colegio apostólico en compañía del Señor. ¡Oh qué tremendos son los juicios divinos! Teme, pues, y ama a Dios. Guarda con toda diligencia tu corazón y procura tenerlo siempre limpio y puro; si pecares, humíllate, y por muchos y muy graves que sean tus pecados, aunque negares a Dios y vendieres a Cristo (que nunca el Señor lo permita), nunca desesperes, como Judas, del perdón, porque nunca puede ser tan grave tu malicia, que sobrepuje a la misericordia de Dios. Más si te obstinares en tus pecados, si quisieres estar de asiento en tus vicios, teme a aquel Señor que puede dar a otro la corona que te había reservado en el cielo.







Oración: ¡Oh Dios! que te dignaste agregar al Colegio de tus apóstoles al bienaventurado san Matías, concédenos por su intercesión que experimentemos siempre los efectos de tus misericordiosas entrañas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.




FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.


miércoles, 23 de febrero de 2022

San Sereno, monje y mártir. (+ 307) 23 de febrero.

 




   El glorioso anacoreta y mártir san Sereno, fué griego de nación, y trae su genealogía espiritual de aquel gran celador de la honra de Dios y santísimo profeta Elias, cuyos discípulos y descendientes, desterrándose por, los desiertos, vivían sobre la tierra como ángeles en carne humana. Moraba, pues, san Sereno en Sirmio de Pannonia, donde tenía un huerto que labraba y cultivaba para proveer a su necesario sustento, gastando el resto del tiempo en la contemplación de las cosas celestiales.

   Vino un día al huerto del santo una mujer hermosa y liviana, esposa de un grande amigo del emperador, y viendo allí unas flores bellísimas, que el santo había plantado para su honesta recreación, se puso a cortarlas, imaginando que por ser ella señora tan principal, tenía autoridad para todo, y no había de reparar en el disgusto que causaba al humilde solitario, a quien como mujer gentil miraba con sumo desprecio. Mas nuestro santo le echó en cara su descortesía, y como viese no ser aquella hora, ni el venir sola, decente a su autoridad, honestidad y modestia, reprendióla ásperamente, diciéndola que no convenía a su persona y calidad entrar en el huerto de un solitario monje, y luego con una santa ira, la echó fuera. La mujer, que así se vio a su parecer despreciada, escribió una carta a su marido, desacreditando la virtud del honestísimo monje con una atroz calumnia. Irritóse sobremanera el celoso marido, y acusó a Sereno delante del emperador, el cual mandó que se hiciese información de aquel falso crimen para que se castigase al reo como se merecía.

   Dio el santo cuenta de sí con tan admirable llaneza, que bien entendió el juez su inocencia, y le absolvió. Entonces, el perverso marido, por instigación de la mala hembra, le acusó y denunció por cristiano y capital enemigo de los dioses del imperio, por lo cual Maximiliano le mandó prender de nuevo y le obligó a sacrificar a los ídolos, o al menos a hincar como él la rodilla para adorarlos. Negóse el santo a esta sacrílega veneración de los demonios, y como perseverase constante en la confesión de Jesucristo, sin que bastasen ruegos y amenazas a quebrantar su fe, mandó el tirano eme le cortasen la cabeza, y en este suplicio recibió el santo la corona del martirio y de su virginal honestidad.

 

   Reflexión: No es nuevo en el mundo ser perseguido de mujeres livianas y antojadizas la honestidad de los varones justos, y así es digno de alabanza el bienaventurado Sereno cuando considerando el riesgo que podía venirle a su bendita alma de semejante compañía, por ser la mujer deshonesta fuego y rayo que de repente abrasa y hiere, reprendióla y la echó fuera de su jardín por conservar más pura su castidad, mereciendo por este triunfo la corona y palma del martirio. Y aquí has de saber, hijo mío, y asentar bien en tu corazón y en tu memoria, que en estas y demás batallas de la castidad, el que huye es el más fuerte, y el que mejor sabe huir, triunfa con mayor gloria de este capital enemigo. Apártate, pues, de las conversaciones y amistades peligrosas; huye de los espectáculos profanos, y ataja cualquiera pensamiento o imaginación contraria a la santa pureza. Si quieres ser casto, esto has de hacer; y si esto no haces, es porque no quieres ser casto.

   Oración: ¡Oh Dios omnipotente! Concédenos por la intercesión de tu bienaventurado mártir Sereno, que seamos libres de todas las adversidades del cuerpo, y limpios de todos los malos pensamientos del alma. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

 

“FLOS SANTORVM”

De la familia cristiana

Año 1949


lunes, 21 de febrero de 2022

San Severiano, obispo y mártir. — 21 de febrero. (+ 452)


 


   Gobernaba el glorioso san Severiano su Iglesia de Escitópolis en Palestina, como celoso y vigilante pastor, procurando que su clero fuese delante de los seglares con su ejemplar vida, que las iglesias fuesen bien servidas y adornadas, que el pueblo fuese  enseñado en la ley de Dios, que se corrigiesen los vicios, acrecentasen las virtudes y creciesen las obras de piedad, y que a todos los fieles, así seglares como eclesiásticos y religiosos huyesen de toda sombra de herejía y conservasen en toda su entereza la verdadera doctrina de la Iglesia católica. Bajo el reinado de Marciano y de santa Pulquería, el santo abad Eutimio y la mayor parte de los monjes de Palestina habían recibido con singular reverencia y sumisión los decretos del concilio de Calcedonia que condenaba la herejía de los Eutiquianos, los cuales ponían mácula en la divinidad de Jesucristo, pero no faltó un monstruo del infierno llamado Teodosio, que mal hallado con su vocación religiosa, se divorció de Cristo y comenzó a perturbar los monasterios, y con el favor de la emperatriz Eudoxia, que era viuda de Teodosio el Joven y vivía en Palestina, cobró grandes bríos para hacer guerra a la Iglesia de Dios. Llevó a tal extremo su osadía, que se sentó en la silla patriarcal de Jerusalén, desterrando de ella al legítimo patriarca Juvenal, y poniéndose luego a la cabeza de un ejército de herejes y bandidos, persiguió de muerte a los católicos e inundó de sangre toda aquella tierra. Llegaron también aquellos bárbaros a Escitópolis, y como el santo obispo Severiano resplandecía como sol en aquella Iglesia de Cristo, fué una de las primeras víctimas de su ciego furor, porque después de haberle prendido y atado, le arrastraron con grande crueldad fuera de la población, y allí le apalearon y sacrificaron con la inhumanidad que es propia de los herejes. Perdonó a sus mortales enemigos, y selló con su sangre la verdadera fe de nuestro Señor Jesucristo, alcanzando así la corona de ilustre mártir. Con el ejemplo de su cristiana fortaleza se movieron muchos celosos ministros del Señor a predicar sin temor de la muerte la divina palabra a toda aquella cristiandad, por lo cual en lugar de arruinarse y deshacerse, se acrecentó maravillosamente con grande espanto y confusión de los herejes, y señalada gloria de Jesucristo y de su verdadera y divina Iglesia católica.

 

   Reflexión: Los herejes siempre han sido los mismos: rebeldes, orgullosos y homicidas como Lucifer, padre de todos los apóstatas y herejes. Ellos burlan y hacen escarnio de la llaneza y simplicidad que hay en Cristo, desprecian las santas tradiciones de la Iglesia, blasfeman de los santos y santas de Dios, y aborrecen y persiguen con loco atrevimiento a todos los fieles católicos. Ellos se tienen por los sabios, por los hombres discretos y humanos, y con todo se fingen unas monstruosidades de doctrinas abominables y perversas, y sólo para sí quieren la libertad de pensar y de obrar a su antojo, y no hay lobos más feroces que estos hombres sin entrañas, cuando a su salvo pueden hacer presa en el rebaño de Cristo. Tú ruega a Dios con cuidado que los convierta, y abominando de sus pestilenciales errores, guárdate de ser muy amigo de tu propio parecer, y obedece a Jesucristo, doctor divino de los hombres, y a su santa Iglesia infalible, en la cual está depositado el tesoro de la verdad de Dios.


   Oración: ¡Oh Dios omnipotente! Vuelve los ojos piadosos sobre nuestra flaqueza, y pues nos oprime el peso de nuestras acciones culpables, ampáranos por la intercesión  gloriosa de tu bienaventurado pontífice y mártir san Severiano. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


 

“FLOS SANCTORVM” – AÑO 1949.

 

 


sábado, 19 de febrero de 2022

SAN GABINO, PRESBÍTERO Y MARTIR. (+ 296) —19 de febrero.


 

   El Martirologio romano anuncia en este día el glorioso nacimiento al cielo de san Gabino, presbítero y mártir, hermano de san Cayo, Papa. Después de haber estado largo tiempo en la cárcel y con duras prisiones este generoso confesor de Cristo, por orden del emperador Diocleciano, adquirió los gozos del paraíso por medio de una muerte muy preciosa.

 

 

   Fue san Gabino originario de Dalmacia, pariente del emperador Diocleciano, hermano del papa san Cayo, y padre de santa Susana, aquella que fue inmortal honor de las vírgenes romanas, pues prefirió la dicha de ser esposa de Jesucristo a la gloria de ser emperatriz de todo el mundo, derramando su sangre, y dando su vida por la fe. No se sabe con qué ocasión vinieron a vivir a Roma san Gabino y san Cayo. Puede ser que la fortuna de Diocleciano, que había ascendido por todos los grados de la milicia hasta el supremo empleo del ejército, trajese a su parentela a la capital del universo, corte ordinaria de los Emperadores; pero es más probable que los dos héroes cristianos pasasen a Roma puramente por motivo de religión, para vivir en una ciudad que era el centro de la fe, y donde triunfaba la Iglesia en medio de las más crueles persecuciones por la santidad de las costumbres, y por la vida ejemplar y fervorosa de todos los fieles.

 

 

   Se tiene por cierto que san Gabino nació de padres cristianos hacia la mitad del siglo III. La bella educación que logró, la inocencia de su vida, la tierna devoción, que parecía había mamado con la leche, sus piadosas inclinaciones desde su más tierna infancia, todo esto prueba verosímilmente la Religión de los que le habían educado. No se descuidaron en enseñarle con tiempo las bellas letras; y como tenía un excelente ingenio nacido para el estudio, en poco tiempo adelantó mucho en letras humanas; pero se dedicó con mucha mayor aplicación a la inteligencia de la sagrada Escritura y de las ciencias divinas.

 

 

   Era casado Gabino, pero no tuvo más que una hija llamada Susana, a cuya crianza se aplicó con el mas vigilante desvelo, imbuyéndola desde la cuna en el temor santo de Dios, inspirándola un grande amor a la virginidad, y un sumo horror a todo lo que podía manchar el alma. Era Susana de una vivacidad y de un espíritu extraordinario. Á los seis años de su edad mostraba un despejo, una penetración y una brillantez tan superior, que todos la admiraban por esto, aún más que por aquella singularísima belleza que con el tiempo fue aplaudida por una de las mayores hermosuras de toda Italia. Le faltó su madre siendo todavía muy niña; y su padre Gabino se dedicó enteramente a cultivar aquel nobilísimo terreno que mostraba las más bellas disposiciones para la virtud y para ser algún día, como lo fue, una ilustrísima mártir.

 



 

   Apenas se vio nuestro Santo desembarazado de los lazos del matrimonio por la muerte de su virtuosa mujer, cuando se aplicó enteramente a estudiar la ciencia de la Religión, en un tiempo en que el paganismo estaba más encarnizado en perseguir con furor a los Cristianos. Libre de los empeños del siglo, quiso ser admitido en el clero, y en poco tiempo fue uno de sus más brillantes ornamentos. Correspondiendo su profunda erudición y su grande sabiduría a su eminente virtud, no es fácil explicar el inmenso bien que hizo en Roma este gran siervo de Dios. Elevado a la dignidad del sacerdocio, a pesar de la oposición de su profunda humildad, corría a las casas, las cabañas, los lugares subterráneos, y hasta las cavernas y grutas de los montes, bosques y peñascos, donde estaban refugiados los tímidos cristianos, para animarles, instruirles, administrarles los Sacramentos, y para asistirles en todo. No cedía su celo al más generoso, almas infatigables, al más industrioso ni al más eficaz. Veíase con admiración a este santo Presbítero pasar las noches enteras en las lóbregas concavidades de las rocas, para celebrar el santo sacrificio de la misa, y para alimentar con el divino pan, que hace fuertes, a los que estaban en vísperas de ser sacrificados hostias inocentes al Dios vivo en las aras del martirio.

 

 

   No se contenía el celo de san Gabino precisamente dentro de los límites de estas grandes obras de caridad. Como era sabio, compuso  un excelente tratado contra los idólatras, en el cual, exponiendo las impías y monstruosas supersticiones de los paganos, hacia visibles aun a los entendimientos más limitados y a los ojos menos perspicaces el horror, la extravagancia y aun la locura de sus dogmas; demostrando al mismo tiempo con tanta precisión, con tanta limpieza y con un modo tan plausible la verdad y la palpable santidad de la religión cristiana, que no se puede dudar que con esta obra hiciese gran número de conversiones, confirmando en la fe a muchos a quienes tenia acobardados el miedo de los tormentos.

 

 

   Habiendo sucedido san Cayo en el pontificado al Papa Eutichiano el año de 282, vio nuestro Gabino abrirse un nuevo dilatado campo a su infatigable celo. Se puede en cierta manera decir que nuestro Santo cargó con parte de la solicitud pastoral del santo pontífice Cayo, y que Cayo encontró en su santo hermano un compañero fiel con quien repartió todos sus trabajos, sin exceptuar el de sus mismas cadenas.

 

 

   Pero mientras Gabino trabajaba con tanto fruto en la viña del Señor, no por eso olvidaba el cuidado de su querida hija. Al mismo tiempo que cultivaba su entendimiento con las luces más sublimes de nuestros más elevados misterios, iba labrando su corazón con el ejercicio de las más heroicas virtudes. Sobre todo, imprimió en ella un concepto, una idea tan superior de la virginidad, que, despreciando generosamente los más halagüeños tentadores atractivos del mundo, que podía prometerse por su claro entendimiento, por su elevada cuna, por su hermosura incomparable y por su extraordinario mérito, hizo voto de no admitir otro esposo que, a Jesucristo, previendo bien que su fe y este amor a la virginidad pondrían algún día en sus manos la gloriosa palma del martirio.

 



   No ignoraba el emperador Diocleciano que Cayo y Gabino, sus parientes, eran cristianos, ni dudaba tampoco que Susana, mas distinguida por su raro mérito que por su singular belleza, profesase también la misma religión que profesaba su padre; pero como este Príncipe los primeros años de su reinado se mostró muy favorable a los Cristianos, los dejó vivir en paz, y aun su familia estaba llena de ellos. Susana en la escuela de su padre Gabino hacia maravillosos progresos en la ciencia de los Santos. Era la admiración de los buenos, y el ejemplar de perfección que de ordinario se proponía a las doncellas cristianas. No podía dejar de tener glorioso fin una virtud tan singular, y parecía debida la corona del martirio a su virginal pureza, siendo esta, en cierto modo, como la herencia rica de su casa.

 

 

   Habiendo el emperador Diocleciano creado cesar a Maximiano Galerio, quiso también hacerle yerno suyo, dándole por mujer a su única hija la princesa Valeria. Muerta esta, el Emperador, que no quería que la púrpura saliese de su familia, y que estaba bien informado de las eminentes prendas de Susana, resolvió darla por esposa al nuevo César, y ordenó a un caballero pariente suyo, llamado Claudio, que buscase a Gabino, y que en su nombre le propusiese esta boda. Gabino, que conocía bien la virtud de su hija, y que antes perdería la vida que la virginidad que tenía consagrada a Dios, se persuadió desde luego a que el empeño del Emperador, y la constancia de Susana, a uno y a otro les conseguiría la corona del martirio. Recibió al caballero con la mayor urbanidad, y después de manifestarle lo agradecido que quedaba a la honra que el Emperador quería dispensarle, pidió por favor se le concediese algún tiempo para proponérsela a su hija, y para dar parte de ella a su hermano Cayo.

 

 

   Llamó después separadamente a Susana, y con voz dulce, con semblante sereno y tranquilo la dijo: —¿Conoces bien, hija mía, la grande dicha que gozas en tener por esposo a Jesucristo? ¿Te haces cargo de lo que vale tu estado? ¿Comprendes perfectamente su mérito y su valor?

   —Conózcole tan bien, respondió Susana, que en su comparación me parecen menos que nada todas las coronas del mundo: no hago mas caso de ellas que dé un poco de humo, el cual solo se eleva para disiparse, solo sube para desvanecerse.

   —Eso es, hija mía, estimar las cosas en su justo precio, discurrir y hablar como se debe. Pero demos caso que el Emperador quisiese hacerte su nuera; ¿parécete que la augusta dignidad de emperatriz no te daría en los ojos, y no te tentaría el corazón? Sobre todo, si te dieran a escoger, o la corona imperial, o la corona del martirio, ¿cuál de las dos escogerías?

   —¡Ay padre y señor, exclamó la Santa, y qué dichosa seria yo si me viera en ese paraje! ¡Qué presto tomaría mi partido! No, no sería capaz de deslumbrarme el resplandor de la púrpura imperial. Esposa soy de Jesucristo, y esposa suya moriré. Ninguna cosa del mundo es bastante para hacerme titubear en la fe, ni para que padezca el menor vaivén mi fidelidad. Toda mi confianza la tengo colocada en aquel Salvador omnipotente, que es el único dueño de mi corazón. No, no me espantan los tormentos, y sino a la prueba me remito.

 



 

   No pudo contener las lágrimas el virtuosísimo padre, enternecido con la cristiana magnanimidad de su querida hija.

   —¡Ea!, pues, Susana, le dijo, viendo estoy que presto te hallarás en esta prueba. El emperador quiere casarte con el césar Maximiano, y Claudio tu pariente vendrá a hacerte la proposición de su parte. Apenas habían acabado esta conversación cuando llamó Claudio a la puerta; después de los primeros cumplimientos, declaró la voluntad y la orden que traía del Emperador, dilatándose mucho en ponderar el esplendor y las ventajosas conveniencias de tan ilustre alianza. Oyó Susana la proposición con el más profundo respeto; pero cuando llegó el caso de hablar, revistiéndose de un aire resuelto y determinado, pero al mismo tiempo modestísimo y atento: —Admirada estoy, respondió a Claudio, que, si el Emperador sabe, como no lo puede ignorar, que soy cristiana, piense casarme con un príncipe pagano, y príncipe que sobradamente se ha declarado ya enemigo mortal de los que profesan mi religión; pero si acaso lo ignora, yo os suplico que se lo digáis de mi parte. Añadidle que estoy muy agradecida a la honra que me hace su Majestad imperial; pero al mismo tiempo aseguradle que ningún hombre mortal me tendrá jamás por esposa suya.

 




   No dijo más por entonces, y despidiéndose cortesanamente de aquel caballero, fue derecha a buscar a su tío el Papa Cayo, y le refirió todo lo que había pasado, ratificándose en la resolución de conservar su virginidad, aunque fuese a costa de su sangre y de su vida. La confirmó el santo Pontífice en su generosa resolución, animándola al martirio. Las circunstancias de su gloriosa victoria se pueden ver en la vida de este Santo el día 22 de abril, y en la de la Santa el día 11 de agosto. Por ahora nos contentaremos con decir que, teniendo Gabino bien previstas todas las resultas de la generosa resistencia de su hija a la boda con Maximiano, no perdió punto de tiempo en confirmar la magnanimidad de aquella cristiana heroína. Empleó todos los motivos de amor que le podía inspirar su ternura, y todas las razones de persuasión y de eficacia que le supo sugerir su elocuencia, para sostener aquella grande alma en las fuertes pruebas que le estaban esperando. Á la verdad, pocas veces campeó mas la fuerza de la divina gracia que en la serie de este combate. Fortalecida Susana con la virtud del Altísimo, triunfó de todo el infierno; y Gabino tuvo el consuelo de ver triunfar la fe de Jesucristo en su propia familia.

 


   Se convirtieron a la fe Claudio, su mujer Prepedigna, con dos hijos suyos, acompañándolos en la misma dicha su hermano Máximo, uno de los caballeros mozos más distinguidos en la corte; los cuales todos habiendo sido instruidos por Gabino recibieron el Bautismo de mano del santo Papa Cayo, gloriosas conquistas que le llenaron de gozo, y más cuando tuvo el dulce consuelo de verlos a todos coronados del martirio.

 




   Nuestro Santo fue el testigo del combate y de la victoria de su querida bija, que sufrió los más crueles tormentos con tan heroica constancia, que admiró hasta a los mismos paganos; no dudando san Gabino que su poderosa intercesión le alcanzaría del cielo la suspirada gracia de derramar también su sangre por Jesucristo.

 



 

   Mucho tiempo había que ansiaba por este insigne favor como recompensa de sus trabajos, de su eminente virtud y de su celo. Con efecto, apenas triunfó Susana de los tormentos, coronando su virginidad con el generoso sacrificio de su vida, cuando fue arrestado san Gabino. Le encerraron en un oscuro espantoso calabozo, que fue para él lugar apacible de delicias. Resuelto el tirano a vencer la constancia de su fe, o por el tedio, o por las incomodidades de la prisión, o dejándole morir en ella de hambre y de miseria, le hicieron padecer cuantos tormentos puede inventar la más cruel barbarie. La hediondez intolerable del calabozo, la eterna oscuridad en que estaba sepultado, el hambre, la sed y todas las incomodidades del temporal pusieron su firmeza en las más terribles pruebas. Sufrió el Santo todos estos suplicios, no solo con una constancia inalterable, sino con tanta alegría como si pasara la vida más divertida y más regalada del mundo. Es verdad que aquel Señor, que cuida con tanta especialidad de los que fielmente le sirven, templó bien las amarguras de su prisión con la abundancia de los interiores consuelos conque día y noche inundaba a aquella bendita alma. 





   Seis meses pasó san Gabino en estos tormentos después de la preciosa muerte de su hija santa Susana, hasta que, queriendo el Señor coronar su paciencia premiando sus trabajos, permitió que le cortasen la cabeza. Terminó nuestro Santo la carrera de su vida por un glorioso martirio el día 19 de febrero del año 296, dos meses antes que lograse la misma suerte su hermano el santo pontífice Cayo, y fue enterrado por los Cristianos el cuerpo de san Gabino en el cementerio llamado de San Sebastián.

 



 

   En el año de 1608, Carlos de Neufville, marqués de Alincourt, señor de Villeroy, gobernador de la ciudad de León y del Leonesado, y embajador en Roma, estando para restituirse a Francia, deseó traer un cuerpo santo con que enriquecer su patria. Madama Jaquelina de Harlay, su esposa, se le pidió al papa Paulo V, quien le dio el cuerpo de san Gabino, y esta señora se le presentó a la iglesia de la Santísima Trinidad, del colegio de la Compañía de Jesús de dicha ciudad de León, donde se guarda con mucha veneración en una rica urna de plata, conservándose en el archivo del colegio las letras auténticas originales de esta preciosa reliquia.

 

 

AÑO CRISTIANO

POR EL P. J. CROISSET, de la Compañía de Jesús. (1864).

Traducido del francés. Por el P. J. F. de ISLA, de la misma Compañía.




viernes, 18 de febrero de 2022

SAN SIMEÓN, Obispo de Jerusalén y mártir. (+ ). —18 de febrero





 

   San Simeón, o Simón, estaba en estrecha unión con Jesucristo, y era consiguiente que tuviese mucha parte en sus singulares favores y en sus particulares gracias. Era hijo de Cleofás, hermano de san José, y por consiguiente reputado por primo hermano del Salvador. Su madre se llamaba María; era aquella misma de quien dice el Evangelio que era cuñada de la santísima Virgen (por serlo de su esposo san José), a quien acompañó hasta el monte Calvario, asistiendo a la muerte del Salvador del mundo, que miraba como á sobrino suyo.

   Supuesta una unión tan estrecha entre el hijo y los padres con Jesucristo, es fácil discurrir la liberalidad con que el salvador colmaría de gracias a toda la familia. Era Simeón de sangre real, como sobrino de san José, legítimo descendiente de la casa de David; pero su mayor y más ilustre distintivo fué haber sido discípulo de Cristo, un santo obispo y un glorioso mártir.

   Le escogió el Salvador por uno de sus primeros discípulos, y le instruyó por sí mismo; con que, saliendo de mano de tal maestro, ¿qué progresos no haría en la ciencia de la salvación? Fué testigo de la mayor parte de los milagros que obró el Hijo de Dios, de su resurrección, y de su ascensión a los cielos; y como era uno de los miembros que componían entonces toda la Iglesia, se halló en el cenáculo con los demás, y recibió el Espíritu Santo el dia de Pentecostés en compañía de la santísima Virgen, a quien reverenciaba como a tía, y de los sagrados apóstoles, de muchos de los cuales era pariente.

   Después de la separación de los apóstoles y de los otros discípulos destinados para llevar la luz del Evangelio a las provincias, parece que san Simeón se quedó en Judea, aplicado por el Señor a trabajar en la conversión de los de su misma nación, de quienes fué siempre muy estimado y muy querido. Estuvo muchos años dentro de la misma Jerusalén en compañía de su primer obispo, pariente suyo, Santiago el Menor, ayudándole a trabajar en la santificación de aquella gran ciudad que Jesucristo acababa de regar con su preciosísima sangre.

   Fué su misión tanto más trabajosa, cuanto tenía que lidiar con un pueblo cuyo corazón y cuyo espíritu respiraba todavía cólera y furor contra Jesucristo, a quien acababa de quitar la vida en un afrentoso madero. Con todo eso, a su apostólico fervor y laboriosas fatigas correspondió una mies muy abundante. Cada dia se aumentaba el número de los fieles, y estas frecuentes conversiones excitaron aquella cruel persecución que hizo tantos mártires en Jerusalén.

   El año 62 del nacimiento del Señor, y el 29 de su gloriosa resurrección, quitaron inhumanamente la vida los judíos a Santiago el Menor. Dícese que Simeón se halló presente a su martirio, y que tuvo valor para reprender agriamente a los homicidas, acriminándoles la enormidad de su delito, sin que ellos se atreviesen a vengarse; lo que acredita el respeto y la veneración que profesaban a nuestro santo. 





   Por razón de la persecución, se pasaron algunos meses después de la muerte del apóstol, hasta que nombraran a quien le sucediese. Sosegada algún tanto la tempestad, luego que se pudo respirar, se juntaron en Jerusalén los apóstoles que no estaban muy distantes, los discípulos que aun vivían el año de 62, y los fieles, y todos de unánime consentimiento eligieron a Simeón como el más digno y el más propio para ocupar el puesto del apóstol Santiago. 





    La eminente santidad y la gran sabiduría del nuevo obispo, contribuyeron mucho no solo para nutrir, sino para encender admirablemente la piedad y el fervor de aquellos primeros cristianos, que, por las persecuciones de los judíos, cada dia se hadan más ilustres y recomendables en la Iglesia.

   Habiéndose amotinado en este tiempo los judíos contra los Romanos, el santo pastor aconsejó a los cristianos que se retirasen de Jerusalén para que no fuesen envueltos en las ruinas de aquella infeliz ciudad. Salieron pues los fieles de Jerusalén bajo la conducta de su santo obispo, como en otro tiempo había salido Lot y su familia de Sodoma bajo la conducta del santo ángel, y se retiraron a un lugar de la otra parte del Jordán, llamado Pella, el año de 69, es decir, poco antes que Vespasiano, enviado por Nerón contra los rebeldes, entrase con su ejército en el país.

   Después de la total ruina de Jerusalén, que sucedió el año 70 del Señor, pasaron los fieles segunda vez el Jordán, y se restituyeron, no a la ciudad, que ya no la había, sino al lugar que antes ocupaba, no habiendo quedado en ella piedra sobre piedra, según la palabra del mismo Jesucristo. Sobre estas miserables ruinas edificaron otra nueva ciudad menos soberbia en edificios, pero más rica de virtudes; porque animados con un nuevo fervor por la solicitud, por la piedad, por el celo de su obispo, presto refloreció la Iglesia más que nunca en la nueva Jerusalén, compitiéndose las raras virtudes de los que la componían con el resplandor de sus prodigios, y con el ruido de sus milagros. 





   
   Tuvo siempre gran cuidado Simeón de velar sobre su pequeño rebaño, y sobre tocio de conservarle en su primitiva pureza, ya previniéndole contra las herejías que el infierno comenzaba a suscitar, ya distribuyendo continuamente a su pueblo el pan de la divina palabra, y explicándole sin cesar con un celo y con una bondad admirable las grandes verdades de la Religión, como las había aprendido de la boca del mismo Jesucristo.

   Esta vigilancia del santo pastor, este celo infatigable por la gloria de Jesucristo y por la salvación de sus ovejas, esta constancia, este valor heroico en los mayores peligros le merecieron en fin la corona del martirio.

   Le había conservado la divina Providencia por un espacio de tiempo muy considerable, durante el cual había gobernado siempre a sus ovejas con mucha prudencia y con grande tranquilidad. Era muy necesario a la Iglesia mientras duraban aquellos tiempos duros y calamitosos, por lo cual permitió o dispuso soberanamente el Señor que no se acordasen de él en las diligentes pesquisas que hicieron Vespasiano y Domiciano de todos los descendientes de David para quitarles la vida; pero habiéndose renovado estas pesquisas por orden del emperador Trajano, fué delatado Simeón, no solo como descendiente de aquella real casa, sino como la columna y el héroe del cristianismo.

   A los ciento veinte años de edad fué presentado ante el gobernador de Siria, llamado Ático, varón consular que se hallaba a la sazón en Judea, cuya provincia pertenecía a su gobierno. Se movió este a compasión luego que vió delante de sí a un anciano tan respetable, y procuró persuadirle que renunciase su religión, sacrificando a los dioses del imperio: pero quedó sumamente sorprendido cuando oyó la generosidad y la fortaleza con que le hizo demostración nuestro santo de que ni había ni podía haber más que un solo Dios verdadero: que Jesucristo era este verdadero Dios, y que los que él llamaba dioses habían sido unos insignes facinerosos, afrenta del linaje humano, é indignos de ser contados ni aun en el número de los hombres.





    Vuelto Ático en sí de su primer asombro, advirtiendo la grande impresión que hacían en los circunstantes las palabras del santo viejo, le mandó azotar cruelmente, y por muchos días le hizo padecer los más atroces suplicios. Admiraron todos su constancia, sin acertar a comprender de donde podía venir aquel vigor y aquella fortaleza a un cuerpo debilitado por una edad tan avanzada. Todos gritaban que aquello era milagro; lo que irritó tanto al juez, que le sentenció a que perdiese la vida en una cruz, logrando Simeón el consuelo de verse tratado como su divino maestro. No pudo contener dentro del pecho la alegría, y murió dando gracias al Señor por el favor que le hacía de imitar a Jesucristo en el género mismo de su suplicio.




  
   Fué su glorioso martirio en el año del Señor 107, después de haber gobernado la iglesia de Jerusalén por espacio de más de cuarenta años. Algunas iglesias de Occidente, como las de Bríndisi y Bolonia en Italia, la de Bruselas en los Países Bajos, y la de Torrelaguna en España, se tienen por felices en poseer reliquias de este gran santo, y las veneran con mucha devoción y con no menos confianza.



AÑO CRISTIANO
POR EL P. J. CROISSET, de la Compañía de Jesús. (1864).
Traducido del francés. Por el P. J. F. de ISLA, de la misma Compañía.