Siendo soldado del
emperador de la tierra san Teodoro, y mucho más del Emperador del cielo, y
estando en la ciudad de Amasea, que es en el Ponto, se publicó un edicto de los
emperadores, cruelísimo contra los cristianos.
Lo supo Teodoro, y abrasado de amor
divino confesó luego que él era cristiano y que estaba aparejado para morir por
Cristo. Le prendieron, y como era mozo de gentil
disposición y bienquisto, le tuvieron lástima, y con una falsa compasión le
dejaron, y le rogaron que mirase en ello, y que por una vana superstición no
quisiese perder la hacienda, honra y vida. Salido Teodoro de sus manos,
hacía continua oración y se encomendaba de todo su corazón al Señor; y para
responder con las obras más que con palabras a los que le habían dejado y le
persuadían que adorase a los dioses, entró una
noche en el templo de Cibeles (que es la madre de los dioses), el cual estaba cerca del río, y viendo que soplaba un
viento recio, le pegó fuego, con el cual en breve se quemó todo y se hizo
ceniza. Quemado el templo no huyó Teodoro ni se escondió, antes con grande
ánimo y fortaleza él mismo se manifestó que había
sido el autor de aquel incendio.
Le prendieron de nuevo, y espantados los
jueces de verle tan intrépido, seguro y gozoso, le quisieron con blandura y con
promesas reducir a la superstición de sus dioses; y como el santo se riese, el juez le mandó azotar fuertemente y después encerrar en
una cárcel tenebrosa y sellarla, y dejarle allí para que muriese de hambre.
Mas aquella misma noche le apareció
el Señor, y le dijo: «Teodoro, está fuerte, porque yo estoy contigo. No tomes
de los hombres comida ni bebida, porque yo te daré una vida conmigo en el cielo
bienaventurada y eterna.» Con
este regalo del Señor quedó su soldado muy alegre, cantando salmos y alabanzas a
Dios, y gran multitud de ángeles le ayudaban y le daban música en aquella
cárcel, la cual oyeron las guardas y le vieron rodeado de personas vestidas de
blanco que cantaban con él, y quedaron asombrados y atónitos. Avisaron al juez
de lo que pasaba, y él vino a la cárcel, y la halló cerrada y sellada, y
entrando en ella no vio sino a Teodoro, y tornando a cerrar la puerta mandó que
cada día le diesen una onza de pan y un jarro de agua; mas el santo mártir no
lo quiso recibir, diciendo que Jesucristo, su Rey y Señor, le sustentaría.
Le sacaron de la cárcel, le ofrecieron
grandes premios si consentía con su voluntad, y como ninguna cosa de las que
decían ni hacían aprovechase para mellar aquel corazón fuerte y armado del espíritu
de Dios, entendiendo que perdían tiempo, llamándole sacrílego,
impío y blasfemo, le mandaron atormentar. Le levantaron en un madero
alto, le azotaron, le desgarraron sus carnes con garfios de hierro, abrasaron
sus costados con hachas encendidas, y cuanto más le atormentaban, tanto él
mostraba mayor alegría, y como si estuviera entre flores y rosas cantaba aquel
verso de David, que dice: «Alabaré al Señor en todo tiempo; siempre de mi boca
saldrán sus loores.» Los verdugos
despedazaban las carnes del santo, y él cantaba como si no fuera él, sino otro
el que padecía aquellos fieros tormentos.
Finalmente, fué condenado a ser quemado;
hizo la señal de la cruz en la frente y en todo su cuerpo, y con grande alegría
y regocijo entró en el fuego. Vio a un amigo suyo, llamado Cleónico, que
lloraba, y le dijo: «Cleónico, yo te aguardo; date priesa y sígueme.» Y cercado por todas partes de las llamas, alabando
a la Santísima Trinidad, dio su santo espíritu en paz
al que le había criado, y su alma fué vista subir al cielo como una luz
resplandeciente. Su sagrado cuerpo tomó una devota mujer, llamada
Eusebia, y con preciosos ungüentos le envolvió en una sábana y lo enterró en su
casa lo mejor que pudo, en la ciudad llamada Euchayta, que está debajo de
Amasea, su metrópoli. Fué el martirio de san Teodoro a
los 9 de noviembre, el año del Señor de 304.
Fué este glorioso mártir muy célebre y
tenido en gran veneración en todo Oriente por las señaladas victorias que algunos
emperadores alcanzaron de los bárbaros por su intercesión. Por esto le edificaron
templos, e iban los fieles en romería al cuerpo de san Teodoro a la ciudad de
Euchayta; y en Roma también se le edificó iglesia, que hoy dura, y es título de
cardenal diácono. El martirio de san Teodoro escribió el Metafrastes y lo refiere
Surio en el sexto tomo. Escribió Nectario, arzobispo de Constantinopla, una
oración de san Teodoro, y otra san Gregorio Niceno, hermano del gran Basilio, y
en ella al cabo, hablando con el santo mártir, le dice estas palabras: «Aunque
no sea posible que nuestros ojos corporales te vean, pon los tuyos en nuestros
sacrificios y oraciones, y ruega a Dios que nos oiga y que te oiga; que mire
por tu patria, que es la nuestra (porque la patria del mártir es el lugar
donde padece); pide al Señor favor para tus
hermanos, parientes y amigos, que somos los presentes; y que nos defienda de
nuestros enemigos, y particularmente de los escitas bárbaros que se arman contra
nosotros. Como soldado, pelea valerosamente en nuestro favor; y como mártir,
intercede con libertad por nosotros. Porque, aunque estás en el puerto, bien
sabes los peligros de los que navegan; alcánzanos que tengamos paz para
siempre, y que nos empleemos en servir al que tú serviste, para que los enemigos
fieros y bárbaros no profanen los templos sagrados y hagan caballerizas de los
altares. El haber gozado de quietud hasta aquí conocemos que no ha sido por
nuestros merecimientos, sino por tus oraciones; y por ellas mismas te suplicamos
que nos guardes para adelante.» Esto
es de san Gregorio Niceno.
Adviértase que este
santo mártir Teodoro es llamado Tiro, que quiere decir soldado bisoño, a
diferencia de otro Teodoro, también mártir, que fué centurión o capitán: se llama también Teodoro Amaseno, porque murió en la ciudad
de Amasea, y Euchayta, por el lugar a donde fué trasladado su sagrado cuerpo.
En la ciudad de Venecia dice el obispo Aquilino que esta el cuerpo de san
Teodoro, mártir, en la iglesia de San Salvador, que es de canónigos reglares;
pero no es el de este Teodoro, sino del otro centurión, que murió en Heraclea y
fué martirizado en tiempo de Licinio. De san Teodoro, además
de los autores que habemos referido, hacen mención todos los martirologios.
(P.
Ribadeneira.)
LA LEYENDA DE ORO—1853.





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