San
Cipriano desempeñó un papel importante en la historia de la Iglesia y en el
desarrollo del pensamiento cristiano en África. Convertido
al cristianismo en edad adulta, el santo dedicó todos sus esfuerzos a mantener
viva la fe de la Iglesia tras ser decretada una violenta persecución contra los
cristianos.
Fue desterrado a Curubis por varios años,
hasta que el pro-cónsul Máximo ordenó su regreso para que compareciera ante él.
Trató de obligarlo a desistir de su fe, pero el Obispo
se mantuvo firme, por lo que fue decapitado en Cartago el 14 de septiembre del
año 258. Cuando se le avisó que había sido condenado
a muerte, respondió: “¡Alabado sea Dios!”
y dio 25 monedas de oro al verdugo que debía
cortarle la cabeza.