Estando el bárbaro emperador Licinio en Capadocia con un
poderoso ejército, hizo publicar un edicto en que se mandaba a todos los
cristianos, so pena de la vida, que dejasen la fe de Cristo.
Había pues en el
ejército un escuadrón de cuarenta soldados valerosos y cristianos, y todos de
la misma provincia de Capadocia, que escogieron antes morir por la fe, que
sacrificar a los falsos dioses.
El cruel prefecto, para
quebrantar la constancia de aquellos guerreros de Cristo, los hizo llevar a una
laguna de agua muy fría cerca de la ciudad de Sebaste. El tiempo era muy
riguroso y de grandes hielos, y el sol ya se ponía y venía la noche áspera y
cruda, en que aquella laguna se había de helar.
En ella mando el impío
juez que fuesen echados en carnes los cuarenta cristianos para que, traspasados
sus cuerpos con el frío de la noche y del hielo, desfalleciesen, y juntamente
ordenó que allí cerca de la laguna se pusiese un baño de agua caliente, para
que si alguno, vencido de la fuerza del frío, quisiese negar a Cristo, tuviese
a la mano el refrigerio; que fue una terrible tentación para los santos, por
tener a la vista el remedio de aquel tan crudo tormento.
Armados, pues, aquellos mártires, del
espíritu de Dios, ellos mismos se desnudaron de sus vestidos, y con grande
esfuerzo y alegría se arrojaron en la laguna, no cesando de rogar al Señor que
les diese perseverancia hasta el fin.
Mas como el frío fuese rigurosísimo, uno de ellos,
llamando al guarda, salió de la laguna, y entró en el baño, y poco después
expiró.
A media noche,
apareció sobre los mártires una claridad inmensa, y bajaron del cielo ángeles
con treinta y nueve coronas, y las pusieron sobre los treinta y nueve
caballeros de Cristo, lo cual viendo uno de los guardas, se despojó de su ropa,
y se arrojó denodadamente en la laguna, clamando a grandes voces que quería
también ser y morir cristiano; por lo cual, embravecido el juez, a la mañana
siguiente los mandó sacar del agua y quebrarles a palos las piernas para que
acabasen de expirar.
Tomando después los
cuerpos para quemarlos, vieron que uno de los mártires, llamado Melitón, que
era más mozo y robusto, estaba aún vivo, y como entre otros muchos testigos se
hallase presente a aquel espectáculo su misma madre, tomó ella a cuestas al hijo
mártir y le exhortó a morir en las llamas si fuese menester, y viéndole expirar
en sus brazos, le puso en el carro donde llevaban los cuerpos de los otros
santos, como a compañero de su misma gloria.
Fueron echados los santos mártires en una
grande hoguera, y aunque el gobernador dio orden para que sus cenizas fuesen
arrojadas en el río, los cristianos tuvieron modo para recogerlas, se extendiendo
tanto estas preciosas reliquias, dice san Gregorio Niceno, que
apenas hay país en la cristiandad que no esté enriquecido con este tesoro.
Reflexión: El
gran Basilio
exclama en alabanza de estos santos mártires: «¡Oh santo coro! ¡oh orden sagrada! ¡oh
escuadra invencible! ¡oh conservadores del linaje humano, estrellas del mundo y
flores de la Iglesia! ¡En la flor de vuestra edad glorificasteis al Señor en
vuestros miembros, y fuisteis un maravilloso espectáculo para los ángeles, para
los patriarcas, profetas y todos los justos! Con vuestro ejemplo esforzasteis a
los flacos, y abristeis el camino a los fuertes, dejando acá en la tierra todos
juntos un mismo trofeo de vuestra victoria, para ser coronados con una misma
corona de gloria en el cielo».
Oración: Te rogamos, Señor Dios
omnipotente, que los que honramos a los bienaventurados mártires, que perseveraron
tan firmes en la confesión de la fe, experimentemos su piadosa intercesión en
el acatamiento de tu soberana Majestad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA