lunes, 18 de agosto de 2025

SAN AGAPITO, MARTIR. —18 de agosto.

 


 En la persecución del emperador Aureliano, andando los Cristianos descarriados, afligidos y escondidos por bosques, montes y cuevas, escogió Nuestro Señor un niño de quince años en la ciudad de Palestrina, no lejos de Roma, llamado Agapito, y le armó de su espíritu y fortaleza del cielo, y le opuso al furor y poder de Aureliano, para que pelease y venciese, y triunfase de él, y con su precioso martirio animase a los hombres de mayor edad (ya que no iban adelante) a seguirle, y no dudasen derramar la sangre por la confesión de Jesucristo; pues veían que un niño tierno y delicado con tanta constancia había sufrido tantos y tan grandes tormentos, y dado su vida por él. 


 Le mandó prender el Emperador, y viéndole por una parte de tan poca edad, y por otra tan fervoroso y deseoso del martirio, le mandó azotar crudamente con duros nervios, creyendo que con este castigo se trocaría; pero como el santo Niño con los azotes y espantos se encendiese más en el amor de Jesucristo, le entregó el Emperador a un presidente suyo llamado Antíoco, para que en todo caso le hiciese sacrificar. El Presidente le encerró en una cárcel muy áspera y oscura, y mandó que por espacio de cuatro días no le diesen cosa alguna de comer, para que con el hambre (que suele ser muy penosa a los de poca edad) se ablandase y enterneciese. Le sacaron el quinto día tan constante como el primero, y el juez le hizo echar carbones encendidos sobre su cabeza; y Agapito, cuando se los cebadan, daba gracias a Dios, y decía:

   —«No es mucho que la cabeza, que ha de ser coronada en el cielo, sea quemada en el suelo. Muy bien asentará la corona de gloria sobre las llagas y heridas recibidas por Jesucristo». 


 Le azotaron la segunda vez tan fuertemente, que su cuerpo quedó todo rasgado y llagado, y el suelo regado con su sangre; y así desnudo le colgaron de los pies, y la cabeza abajo, y encendieron fuego, y echaron muchos materiales de cosas inmundas, para que el humo que salía, y daba en su rostro, gravísimamente le atormentase. Estando en este tormento dijo al Presidente: 

   —«Bien se ve que toda tu sabiduría es vana, y un poco de humo;» y él se embraveció, y le mandó de nuevo azotar por cuatro sayones uno después de otro, y derramar sobre sus carnes llagadas agua hirviendo, y darle grandes puñadas en la boca, y quebrarle las mejillas; más el Señor queriendo favorecer la fe y constancia del santo Niño, y castigar la maldad del inicuo juez, le hizo caer de la silla, en que como juez estaba sentado, y poco después (sintiendo la virtud de Dios que peleaba en el Mártir) dio su infeliz alma al demonio. Cuando el Emperador supo esto, quiso vengar la muerte de Antíoco en Agapito, y le mandó echar a las bestias fieras, para que le tragasen y fuese sepultado en ellas; mas las fieras fueron tan comedidas con el bienaventurado Niño, que se echaron a sus pies, lamiéndole y halagándole. 


 Viendo esto los niños del Emperador, le degollaron, y los Cristianos tomaron de noche su sagrado cuerpo, y le enterraron una milla fuera de la ciudad en un campo, donde hallaron un sepulcro nuevo que el Señor había aparejado milagrosamente para que el santo Niño y valeroso Mártir fuese honrado. Se movió con este ejemplo un soldado principal, llamado Anastasio, y se convirtió a la fe de Cristo, y de allí a tres días mereció la corona del martirio. 


  El de san Agapito fue el 18 de agosto, del año del Señor de 265, imperando el sobredicho emperador Aureliano. Las reliquias de san Agapito están hoy día en la ciudad de Palestrina, donde murió, y es reverenciado de todo el pueblo con gran devoción. Su nombre es famoso en los Sacramentarios de san Gelasio y de san Gregorio el Magno, y en los antiguos calendarios de la Iglesia de Roma.


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