Entre los mas ínclitos defensores de la fe católica que se
celebran en los fastos eclesiásticos, digno de haber el título de ilustre
mártir de Jesucristo, es uno san Eusebio, presbítero de la Iglesia de Roma,
cuyo nombre y memoria se tuvo en ella en grande veneración, sirviendo el templo dedicado a su honor
de una de las estaciones cuadragesimales en los tiempos antiguos. Suscitaron
los herejes arríanos contra los Católicos, auxiliados del emperador Constancio,
hijo del gran Constantino, acérrimo defensor de la impiedad, una de las más
terribles persecuciones que pudieran mover contra la Iglesia los príncipes
paganos más capitales enemigos del Cristianismo. Se
embraveció la furiosa tempestad en la capital del orbe cristiano de tal suerte,
que, a no haber salido a la defensa de la verdad del dogma controvertido varias
personas celosas, sin temor de un príncipe tan adicto a sostener a fuego y
sangre el partido de la blasfemia, se hubiera visto la Iglesia en un sumo
peligro. Se distinguió entre todos el
presbítero Eusebio, hombre de un grande espíritu y de notoria sabiduría, quien,
a pesar de las superiores fuerzas de los protectores de la impiedad, sostuvo el
dogma católico con inexplicable brío e indecible fortaleza.
Desesperados los Arrianos de poder reducir a
su partido a un católico del carácter de Eusebio, no satisfechos con los
insultos, con las vejaciones y con las molestias que causaron a este celosísimo
ministro, apelaron al recurso regular de su perversa costumbre, no otro que el
de calumniar su inocente vida ante un príncipe capital enemigo de los
Católicos, que sin otro motivo los perseguía de muerte. Constancio no oyó la
delación con indiferencia; y sin examinar la verdad de los imputados delitos, mandó que encerrasen a Eusebio en una prisión que solo tenía
cuatro pies de anchura, donde apenas podía moverse de una a otra parte. Permaneció el Santo en aquel cruel suplicio con una
admirable paciencia, ocupado en una oración continua, por espacio de siete
meses, al fin dé los cuales se dignó el Señor premiar la constancia de su
ilustre Confesor, llevándole para sí en el día 14 de agosto.
Recogieron su
venerable cadáver Gregorio y Orosio, presbíteros, y le dieron sepultura en el
cementerio de Calixto al camino Apio, donde en honor suyo se erigió una
iglesia, en la cual se veneraron sus preciosas reliquias, la que reedificó
Zacarías, pontífice, habiendo padecido con el tiempo algunas ruinas.
AÑO
CRISTIANO
POR
EL P. J. CROISSET, DE LA CAMPAÑÍA DE JESÚS
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