Ramo Espiritual: El celo de Tu casa Me devora. Juan 2:17
Samosata, una ciudad de
Siria, fue la patria de Santo Luciano; Recibió
una excelente educación de sus piadosos padres, pero tuvo la desgracia de
perderlos a la edad de doce años. Al no tener ya
ningún vínculo con el mundo, vendió sus bienes, se hizo monje y sólo aspiró a
una gloria: la de dedicar sus grandes
talentos y toda su vida al conocimiento de las Sagradas Escrituras y a la
defensa de la verdadera fe. Pronto se formó una escuela en torno a su
nombre en Antioquía, y un buen número de jóvenes acudieron a buscar de él
lecciones de ciencia y virtud. Su celo conmueve a los
enemigos de la religión de Jesucristo; fue
arrestado por orden del emperador Maximino y pasó nueve años en un calabozo. Allí
encontró los medios para escribir cartas a los habitantes de Antioquía para
consolarlos y fortalecerlos; Compone una erudita
apología de la religión que se atreve a presentar a sus jueces. El
propio emperador intenta vencer su resistencia.
Después de haber utilizado en vano las
promesas más seductoras, lo expone a los dientes de
las fieras; le hace sufrir las diversas
torturas de la rueda, el caballete, el fuego y otros; cada tormento resulta en
una victoria milagrosa. El héroe cristiano es devuelto a prisión, donde pasa catorce días entre privaciones y sufrimiento. Se
acercaba la Epifanía, y Dios proporcionó a Su mártir la fuerza y los
medios para celebrarla; no había
altar, y la inmunda mazmorra no era apta para el sacrificio: “Mi cofre”, dijo el Santo a sus ansiosos discípulos, “servirá de altar, y vosotros,
que me rodeáis, formaréis el templo que nos esconderá de la destrucción”.
Por última vez, Luciano es llamado ante el
tirano, quien le pregunta:
—“¿Cuál es tu patria?
—¡Soy cristiano!
—¿Cuál es tu profesión?
—¡Soy cristiano!
—¿Quién te dio a luz?
—Soy ¡Un
cristiano!
¿Hay algo más sublime que esta respuesta? Pronto vino
la recompensa, porque Luciano, arrojado al mar después de haber sido atado a
una enorme piedra, consumó así su sacrificio.
Eusebio dice: “de los
mártires de Antioquía, el primero fue Luciano, que fue toda su vida ejemplar
presbítero de aquella Iglesia, y también él en Nicomedia, en presencia del
emperador, proclamó el celeste reino de Cristo, primero en un discurso
apologético y luego también con sus obras”.
Abad
L. Jaud, Vida de los santos para todos los días del año, Tours, Mame, 1950.
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