jueves, 31 de octubre de 2024

SAN QUINTÍN, mártir. (287). —31 de octubre.

 



   Fue san Quintín hijo de un senador romano llamado Zenón, muy conocido en Roma por sus grandes riquezas y por su valimiento con los emperadores.

  Desde el día que recibió su bautismo, que fue, a lo que se cree, hacia el fin del pontificado de san Eutiquiano, a quien sucedió san Cayo, prendió en su corazón un fuego de amor de Jesucristo tan ardiente, que hubiera querido abrasar con él todos los corazones y reducir a cenizas todos los ídolos.

   Se ofreció al papa san Cayo para llevar la fe a los idólatras de las Galias, y el santo pontífice alabó su celo y le dio por compañero a san Luciano, y con éste y otros muchos fervorosos fieles que también quisieron acompañarle, partió a aquella apostólica expedición.

   Con san Luciano predicó el Evangelio en los pueblos que halló a su paso hasta llegar a la ciudad de Amiens, a las riberas del Soma.

  Allí se separaron, pasando san Luciano a plantar la fe en Beauvais, y quedándose en Amiens nuestro santo, el cual con su elocuencia y milagros en breve tiempo formó allí una de las más florecientes Iglesias de las Galias.

 De todas partes acudían a él los enfermos, y con sólo invocar sobre ellos el nombre de Jesús les daba la salud del cuerpo y juntamente la del alma.

 Venían al santo los ciegos conducidos por sus guías, y se volvían sin ellos a sus casas: venían los cojos y paralíticos, y se volvían sin muletas ni apoyo alguno.


SAN QUINTÍN. BAUTIZANDO.


                       

   Pero los sacerdotes de los ídolos que veían ya desiertos sus templos, vacías de ofrendas y cubiertas de polvo sus aras, acudieron a Riccio Varo, que acababa de ser nombrado prefecto de las Galias y era encarnizado enemigo de la Iglesia; éste, para satisfacer el odio mortal que tenía al nombre cristiano, pasó a Amiens, donde hizo prender al santo, y ejecutó en él toda su bárbara crueldad: le mandó azotar rigurosamente sin respetar su nobleza, ni el privilegio de ciudadano romano de que el santo gozaba; y como los verdugos que le azotaban cayesen en tierra como muertos, el presidente renegando de la magia cristiana a la cual atribuía aquel suceso, ordenó que encerrasen al mártir en un lóbrego calabozo; pero se llenó de luz celestial aquel lugar oscuro, y hacia la media noche se cayeron las cadenas del santo hechas pedazos, y al amanecer se halló el preso en medio de la plaza de la ciudad, donde comenzó a predicar con tan grande espíritu de Dios; que convirtió a mucha gente, y al mismo alcaide y los soldados de la guardia que le buscaban.  







   Espantado de esto Riccio Varo, pero no convertido, le hizo prender de nuevo, y después de ponerle en la tortura, y desgarrarle las carnes, rociárselas con aceite hirviendo, y abrasarle todo el cuerpo con hachas encendidas, viendo que aquella fortaleza sobrehumana conmovía a toda la ciudad de Amiens y amenazaba tumulto, mandó que cortasen al santo la cabeza. 



TORTURAS DEL SANTO: 






   
   Reflexión: Gran maravilla fue que desde que recibió san Quintín el bautismo, se abrasase en tanto celo de la conversión de los gentiles: pero no es cosa rara, sino efecto ordinario de la gracia de Jesucristo, el sentir un pecador que de veras se convierte, gran deseo de la conversión de los demás, porque queda su alma tan esclarecida con la luz sobrenatural de la fe, y su corazón tan satisfecho y tranquilo en su centro que es Dios, que quisiera que todos los hombres gozasen de esta misma dicha, y así fuese más glorificado Jesucristo, autor y consumador de nuestra fe.



  Oración: Te rogamos, ¡oh Dios todopoderoso! que cuantos veneramos el nacimiento para la gloria de tu bienaventurado Quintín, mártir, por su intercesión, crezca en nosotros el amor de su santo nombre. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


MANO DE SAN QUINTÍN. 
 


SEPULCRO DE SAN QUINTÍN- FRANCIA.

                     


FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA- 1949.

miércoles, 30 de octubre de 2024

SAN MARCELO, centurión, mártir. (+ 298) — 30 de octubre.

 


  
   El glorioso centurión y mártir de Cristo san Marcelo fue de nación español y se tiene por tradición que nació en la ciudad de León, que después fue cabeza y corte del reino de su nombre. 



  Floreció en la profesión militar en tiempo del presidente Anastasio Fortunato que gobernaba aquella provincia de España, y celebrándose por este tiempo la exaltación de Maximiano Hercúleo al imperio, para que la función fuese más solemne, el presidente Anastasio Fortunato publicó un edicto por el que se mandaba que todos los pueblos de la provincia concurriesen a León el día señalado para la festividad y regocijo público. Marcelo, estando delante de las banderas de su legión, lastimado de ver tanta gente entregada a la idolatría, a vista de todos se quitó el cíngulo o banda militar y dijo: «Yo solo sirvo a Jesucristo, Rey de reyes y Señor de los señores, por lo que desisto de servir más a los emperadores de la tierra, y desprecio sus falsos dioses.» Diciendo esto arrojó también el sarmiento que llevaba en la mano como divisa de su grado de centurión en la milicia. 



   
   Dio orden el gobernador que luego pusiesen a san Marcelo en la cárcel; y terminadas las fiestas y sacrificios idólatras, le preguntó lleno de ira: «¿Qué causa has tenido para arrojar el cíngulo militar?»
«La causa es, respondió Marcelo, que siendo como soy cristiano no puedo conservar estas insignias que parece obligan a prestar sacrificio a vuestras deidades quiméricas.»

«Yo no puedo disimular tu temeridad, repuso Fortunato; daré parte de ella al César, enviándote por ahora a Tánger a mi principal Agricolano.»
«Haz lo que te parezca, contestó Marcelo; pero entiende que aquí y en todas partes haré la misma confesión de mi Señor Jesucristo.»

   Envió con efecto Fortunato a Marcelo cargado de prisiones a la metrópoli de la Mauritania, donde a la sazón se hallaba Agricolano, y habiendo llegado el santo a aquella ciudad, después de innumerables trabajos que padeció en el viaje, enterado Agricolano del proceso hecho por Fortunato, mandó a uno de sus oficiales leerlo en alta voz, y preguntó después a Marcelo: « ¿Qué furor te ha preocupado para arrojar las insignias militares y blasfemar contra los dioses del imperio?»

Respondió el mártir: «No hay furor alguno en los que temen al Señor»: y en habiendo oído la sentencia de muerte, mostrándose agradecido al prefecto, le dijo: «Agricolano, Dios te haga bien y tenga misericordia de ti.» 




   Fue conducido después al lugar del suplicio el mismo día que entró en Tánger, y puesto en oración fue degollado.
Los cristianos recogieron el venerable cuerpo del ilustre soldado de Cristo en el silencio de la noche, y habiéndole embalsamado le dieron honrosa sepultura.

   Reflexión: ¡Qué heroico vencedor de los respetos humanos se mostró el cristiano centurión san Marcelo, arrojando el cíngulo militar delante de tan grande muchedumbre y en medio de aquella fiesta tan solemne! ¡Cómo podrán leer este ejemplo tan sublime sin cubrirse de vergüenza las miserables víctimas del qué dirán! Pero ¿no es razón hacer más caso del qué dirá Dios que del qué dirán los hombres? Y si llega la alternativa de haber de perder la amistad de Dios o la del mundo, ¿qué amistad ha de preferirse y conservarse a todo trance? ¿La del mundo que es tan mudable, fementida y transitoria, o la de Dios, que es constante, fidelísima y eterna? Mira cuan necios son los que por no desagradar al mundo por un poco de tiempo, no reparan en perder la eterna amistad de Dios.

   Oración: Te rogamos oh Dios omnipotente, que los que veneramos el nacimiento para la gloria de tu bienaventurado Marcelo mártir, por su intercesión crezca en nosotros el amor de tu santo nombre. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.





FLOS SANCTORVM

DE LA FAMILIA CRISTIANA- 1949.

miércoles, 9 de octubre de 2024

SAN DIONISIO AREOPAGITA, OBISPO y sus compañeros, mártires. (+ 119). —9 de octubre.

 




   El divino teólogo san Dionisio Areopagita, fue natural de Atenas, ciudad principalísima de Grecia, y nació de padres ilustres, ocho o nueve años después del nacimiento del Salvador.

   Estudió la filosofía y astronomía en aquella célebre universidad de Atenas a donde concurrían de todas partes los mayores ingenios, y para perfeccionarse en las matemáticas hizo un viaje a Heliópolis de Egipto.

   Allí observó el milagroso eclipse de sol que sucedió en la muerte de Cristo, puntualmente en el plenilunio, y espantado exclamó: «O el Autor de la naturaleza padece, o la máquina de este mundo perece.»

   Vuelto a Atenas resplandeció por su sabiduría, y fue levantado a la dignidad de uno de los primeros jueces del Areópago, que era el más respetable tribunal de toda la Grecia.

   En esta sazón entró en Atenas san Pablo, el cual habiendo predicado a Jesucristo fue delatado a aquel tribunal.

   Estando pues el apóstol en el Areópago, rodeado por todas partes de filósofos, habló altísimamente de la Majestad de Dios, y del juicio universal, y entre los que se convirtieron, uno fue Dionisio Areopagita y Damaris su mujer, lo cual produjo grande asombro en toda la ciudad y dio ocasión a que otros muchos abrazasen la fe de Jesucristo.

   Se hizo Dionisio discípulo de san Pablo y de él aprendió la divina teología que después comunicó en sus libros a toda la Iglesia.




   Tuvo tan grande veneración a la Virgen, desde que la vio, que solía decir que a no saber por la fe que era humana criatura, la tuviera por una divinidad; y en el libro de las lumbres divinas dice que presenció su dichoso tránsito.




   Le ordenó san Pablo de obispo de la Iglesia de Atenas y dejando al cabo de algunos años aquella cristiandad tan floreciente como la de Jerusalén, pasó a Efeso a hablar con san Juan Evangelista recién venido del destierro de Patmos, y por su consejo fue a Roma, donde el vicario de Cristo que era san Clemente le envió a las Galias a predicar el Evangelio, juntamente con Rústico, sacerdote, Eleuterio, diácono.

   Eugenio y otros compañeros.

   Alumbró primero con la luz de Cristo las gentes de Arles, y de allí se dirigió a París, donde hizo copioso fruto y es tradición, que dedicó un templo a la santísima Trinidad, y otro a la Virgen santísima. 



   Finalmente, el prefecto Fescenio Sisinio lo hizo prender con sus compañeros, y los mandó azotar y atormentar con varios suplicios, de los cuales habiendo salido ilesos, los entregó a los verdugos para que fuera de la ciudad, les degollasen. 




   Se ejecutó la sentencia en el monte que hoy se llama Monte de los mártires; y es tradición que el cuerpo de san Dionisio se levantó en pie y tomó su propia cabeza en las manos como si fuera triunfando y llevara en ella la corona, trofeo de victoria, y que así anduvo dos millas, hasta que entregó tan preciosa reliquia a una santa mujer llamada Cátula, la cual dio honorífica sepultura a los cuerpos de todos aquellos santos.




   Reflexión: Muchos oyeron predicar a san Pablo en Atenas, pero muy pocos se convirtieron con su predicación.

   Otro tanto sucede en nuestros días.

   Se llenan los templos de gente que escucha la divina palabra, pero el número de los que la practican es reducidísimo.

   ¿Y esto por qué? Porque se acude a los sermones más con espíritu de crítica, o por mera rutina, que con verdadero deseo de aprovecharse.




   Oración: ¡Oh Dios! que en este día fortaleciste con la virtud de la constancia a tu mártir y pontífice el bienaventurado Dionisio, y le diste por compañeros a Rústico y Eleuterio para evangelizar a los gentiles, te rogamos nos concedas que a su imitación despreciemos por tu amor las prosperidades del mundo y no temamos ninguna de sus adversidades. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.






FLOS SANCTORVM


DE LA FAMILIA CRISTIANA