El divino teólogo san Dionisio
Areopagita, fue natural de Atenas, ciudad principalísima de Grecia, y nació de
padres ilustres, ocho o nueve años después del nacimiento del Salvador.
Estudió la filosofía y astronomía
en aquella célebre universidad de Atenas a donde concurrían de todas partes los
mayores ingenios, y para perfeccionarse en las matemáticas hizo un viaje a
Heliópolis de Egipto.
Allí observó el milagroso eclipse
de sol que sucedió en la muerte de Cristo, puntualmente en el plenilunio, y
espantado exclamó: «O el Autor de la naturaleza padece, o la
máquina de este mundo perece.»
Vuelto a Atenas resplandeció por
su sabiduría, y fue levantado a la dignidad de uno de los primeros jueces del
Areópago, que era el más respetable tribunal de toda la Grecia.
En esta
sazón entró en Atenas san Pablo, el cual habiendo predicado a Jesucristo fue
delatado a aquel tribunal.
Estando pues el apóstol en el
Areópago, rodeado por todas partes de filósofos, habló altísimamente de la
Majestad de Dios, y del juicio universal, y entre los que se convirtieron, uno fue Dionisio Areopagita y Damaris su mujer, lo cual
produjo grande asombro en toda la ciudad y dio ocasión a que otros muchos
abrazasen la fe de Jesucristo.
Se hizo Dionisio discípulo de san
Pablo y de él aprendió la divina teología que después comunicó en sus libros a
toda la Iglesia.
Tuvo tan grande
veneración a la Virgen, desde que la vio, que solía decir que a no saber por la
fe que era humana criatura, la tuviera por una divinidad; y en el libro de las
lumbres divinas dice que presenció su dichoso tránsito.
Le ordenó san Pablo de obispo de
la Iglesia de Atenas y dejando al cabo de algunos años aquella cristiandad tan
floreciente como la de Jerusalén, pasó a Efeso a
hablar con san Juan Evangelista recién venido del destierro de Patmos, y por su
consejo fue a Roma, donde el vicario de Cristo que era san Clemente le envió a
las Galias a predicar el Evangelio, juntamente con Rústico, sacerdote,
Eleuterio, diácono.
Eugenio y otros compañeros.
Alumbró primero con la luz de
Cristo las gentes de Arles, y de allí se dirigió a París, donde hizo copioso
fruto y es tradición, que dedicó un templo a la santísima Trinidad, y otro a la
Virgen santísima.
Finalmente, el prefecto Fescenio Sisinio lo hizo prender con sus
compañeros, y los mandó azotar y atormentar con varios suplicios, de los cuales
habiendo salido ilesos, los entregó a los verdugos para que fuera de la ciudad,
les degollasen.
Se ejecutó
la sentencia en el monte que hoy se llama Monte de los mártires; y es tradición
que el cuerpo de san Dionisio se levantó en pie y tomó su propia cabeza en las
manos como si fuera triunfando y llevara en ella la corona, trofeo de victoria,
y que así anduvo dos millas, hasta que entregó tan preciosa reliquia a una
santa mujer llamada Cátula, la cual dio honorífica sepultura a los cuerpos de
todos aquellos santos.
Reflexión: Muchos oyeron predicar a san Pablo en Atenas, pero muy pocos
se convirtieron con su predicación.
Otro tanto
sucede en nuestros días.
Se llenan los templos de gente que escucha
la divina palabra, pero el número de los que la practican es reducidísimo.
¿Y esto por qué?
Porque se acude a los sermones más con
espíritu de crítica, o por mera rutina, que con verdadero deseo de
aprovecharse.
Oración: ¡Oh Dios! que en
este día fortaleciste con la virtud de la constancia a tu mártir y pontífice el
bienaventurado Dionisio, y le diste por compañeros a Rústico y Eleuterio para
evangelizar a los gentiles, te rogamos nos concedas que a su imitación
despreciemos por tu amor las prosperidades del mundo y no temamos ninguna de
sus adversidades. Por
Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
FLOS SANCTORVM
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