En la ciudad de Ceuta del imperio de Marruecos padecieron por la
fe siete frailes Menores italianos el año 1227, un año después de la gloriosísima
muerte de san Francisco. Se llamaban Daniel, Ángel, Samuel, Donulo, León, Nicolás y Ugolino. Estos santos religiosos,
obtenido permiso del que era entonces vicario general de la Orden, Fr. Elias, vinieron de Toscana a España para de aquí embarcarse e ir a
predicar la fe a tierra de moros. Llegaron
a Tarragona, en cuyas costas estuvieron buscando nave para pasar a África. Fr.
Daniel, que era el
prelado, varón de eminente santidad y doctrina, y ministro de la provincia de Calabria,
no halló disposición más que para llevar consigo tres religiosos, y
embarcándose con ellos dijo a los otros que aguardasen para ir en otro navío.
Llegado a Ceuta mientras llegaban los que se quedaron acá, predicaban él y sus compañeros
a los mercaderes de España y de otros reinos que había en aquella ciudad. Cuando los de acá se les juntaron en Ceuta, que fue el día
último de setiembre, todos unánimes con gran fervor de espíritu y celo por la
salvación de las almas, echando fuera el temor de la muerte, comenzaron a
prepararse para el martirio, y a tratar entre sí cómo podrían llegar a tan alta
corona. Moraban con los Cristianos en un barrio fuera de la ciudad, y ninguno
de ellos era lícito entrar sin especial licencia de los moros. Determinaron,
pues, entrar secretamente antes que los Cristianos pudiesen entender su
intención, porque no les impidiesen predicar a los infieles la verdad de nuestra
santa fe, que era a lo que habían ido. Habiéndose, pues, preparado
con larga oración y con los sacramentos de la Penitencia y Eucaristía, un
domingo muy de mañana, de improviso entraron en la ciudad, y por todas las
calles y plazas iban diciendo en alta voz, que en solo Jesucristo hay salvación
eterna.
Graduando los moros la generosa acción de
los insignes Minoritas por un atentado criminal, llovieron desde luego sobre
nuestros Santos bofetadas y otras gravísimas injurias de aquella gente, y los presentaron
a su rey. Allí con nuevo fervor
siguieron publicando la fe de Jesucristo, y la falsedad de la ley de Mahoma, la
cual habian ellos de dejar si querían salvarse. El
rey y los de la corte viendo en su traje tanta pobreza los tuvieron por locos;
y por la osadía que habían tenido de hablar contra su Profeta, los mandó poner
en una cárcel muy áspera, y cargarlos de prisiones: allí estuvieron ocho días
pasando grandes vejaciones y trabajos.
En este tiempo escribieron una carta al P.
Ugo, sacerdote y vicario de los genoveses, y a otros religiosos y a los demás
seglares que allí se hallaban. En ella después de dar gracias a Dios nuestro Señor
por la fortaleza y consuelo que de él recibían en aquella tribulación, les referían
el motivo de su carcelaje, y como los tuvieron por locos, y como esperaban que
el Señor aceptaría sus vidas en sacrificio de la confesión de su fe.
El domingo siguiente al 10 de octubre a las
diez de la mañana sacaron de la cárcel a los benditos religiosos, y los llevaron
delante del Rey. Allí fueron diligentemente examinados por los oficiales de justicia,
y preguntados si les pesaba de lo que habían dicho contra Mahoma y su ley. Ellos entonces con nueva firmeza dijeron que no, antes volvían a
afirmar que la ley de Mahoma no era ley de salvación, sino de condenación Perpétua,
y que ninguno podía salvarse sin recibir la fe de Nuestro Señor Jesucristo, y
bautizarse como él lo había mandado. Y dijeron más, que por la
verdad de esta fe estaban prontos a padecer la muerte corporal, porque tenían
muy cierta esperanza de recibir de Jesucristo la vida eterna. Entonces los moros tomando consejo
cómo los convertirían a su ley, determinaron llamarlos a cada uno
por sí, y con promesas y amenazas combatirlos, y si no pudiesen convencerles,
que luego fuesen muertos. Les salió mal esta traza: con la fortaleza del Señor
despreciaron estos siervos suyos los regalos y los castigos, y mostraron que les
seria deleitosa la muerte padecida por tan buena causa. Entonces los
llevaron juntos al tribunal, y un alguacil con gran furia se llegó al
santo Daniel, y con la espada le dio un grande golpe en la cabeza, y
con ella comenzó a esgrimir delante de su rostro diciendo: «Vuélvete moro, vuélvete
moro, sino morirás malamente.» Estando
el siervo de Dios muy constante en la fe, el juez y otro moro anciano con
apariencia de piedad les decían: «¿Por qué queréis perder
los bienes y deleites de esta vida tan miserablemente? Abrazad nuestra ley, y
seréis honrados y ricos en este mundo y en el otro.» Fr.
Daniel vuelto al moro
anciano le dijo: «¡Oh envejecido en días malos! ¿hasta cuándo has de vivir en los
engaños de Satanás? Porque tu maldito Mahoma es criado de Satanás, y es causa
de la muerte para siempre a todos los que le siguen a él y a su falsa ley: por tanto,
conviértete a nuestra santa fe católica, para que puedas salvarle, conociendo a
tu Criador, que ya es tiempo que le conozcas, y te apartes de los errores de tu
Profeta.»
El juez oyendo esto, los sentenció a muerte.
Los religiosos entonces se llegaron al santo Fr. Daniel su padre y pastor, y le besaban las manos, y le daban
gracias porque les había traído a tan buen lugar, y cada uno de ellos decía: «Padre, dame tu bendición
y licencia para que entregue mi cuerpo a la muerte por amor de Jesucristo, y mi
alma siga a la tuya para los cielos,»
Y el santo fray Daniel cayéndosele las lágrimas los
bendecía, y alababa a Nuestro Señor que por sola su bondad los había llamado a
tan alta corona, y decía: «Alegrémonos todos mucho en el Señor, y démosle gracias por este
día de fiesta que nos da; porque los Ángeles están en nuestra ayuda, y la
puerta del paraíso nos está abierta, y hoy todos juntos nos veremos entre las
coronas de los Mártires en la gloria.»
No tardaron los ministros de justicia en
desnudarlos y atarles las manos, para de esta suerte llevarlos a voz de pregón
desde la casa del Rey hasta el sitio donde ajusticiaban a los malhechores fuera
de la ciudad. Iban los gloriosos Mártires con grande alegría seguros del banquete
eterno que les tenia Dios preparado, y con la misma dieron el cuello al
verdugo.
Después de degollados,
no contentos con esto los moros, les despedazaron las cabezas y los cuerpos, y
los arrastraron por la ciudad con grande algazara como en venganza de su
Profeta. Se
tuvo por cosa de milagro que pudiesen salvarse algunas de sus reliquias, las cuales
fueron honrosamente sepultadas en el barrio de los genoveses, písanos y
marselleses, obrando Nuestro Señor grandes maravillas por intercesión de sus
siervos. La memoria de estas reliquias se perdió
con el tiempo, quedando solo viva la de su martirio, que pasó a la letra como
hemos dicho el dia 10 de octubre, aunque el Martirologio romano hace memoria
tal día como hoy. Leon X concedió a la Orden de san Francisco en el año 1516,
que celebrasen a estos santos Mártires fiesta solemne de doble mayor. Fr.
Juanetin Niño advirtió que en el Breviario de la santa iglesia de Braga anda errado
el número de los años en que los santos Mártires padecieron, y que donde dice
en la era 1221 debe decir 1227 años. De la traslación que de estas reliquias se
supone hecha en España por un infante de Portugal, dice el mismo historiador
que no queda memoria cierta en los libros de la Orden.
AÑO CRISTIANO
POR EL P. J. CROISSET, de la Compañía de Jesús. (1864).
Traducido del francés. Por el P. J. F. de ISLA, de la misma Compañía.
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