En la ciudad de
Mazara, que es en el reino de Sicilia, nació san Vito, mártir. Su padre
era gentil y hombre rico y poderoso, y se llamaba Hila, contra cuya voluntad Vito, siendo niño, se bautizó y comenzó a hacer grandes
milagros, sanando a muchos enfermos y librando endemoniados, y obrando grandes
maravillas; porque Dios le había escogido desde aquella tierna edad para
manifestar en él su gloria. Siendo ya de doce años, y sabiendo que era
cristiano, un prefecto de Sicilia, por nombre Valeriano, mandó llamar ante sí á
Hila y Vito, y después de haber pasado algunas razones entre el prefecto y el
padre, y gastado los dos muchas palabras para persuadir a Vito que negase a
Jesucristo y se redujese al culto de sus dioses, como
no aprovechasen sus ruegos y amenazas para ablandar y trocar al santo niño, el
juez le mandó azotar con varas crudamente, y no habiendo bastado esto,
atormentarle con otros instrumentos más crueles. Queriendo los verdugos
echar mano del santo para ejecutar él mandato de Valeriano, se le secaron los
brazos y la mano al juez, y Vito con sus oraciones se la restituyó y le dio
entera salud. Por no verse en otro peligro Valeriano
entregó a Vito a su padre, diciéndole que él como padre le castigase y
procurase atraerle a la adoración de los dioses. Tentó el padre primero
los medios blandos, y pensó con caricias y regalos salir con su intento. Hizo
aderezar una pieza muy ricamente y aparejar en ella una cama blanda y olorosa,
y traer mucha música, y que algunas doncellas, hermosas y desenvueltas, entretuviesen
a su hijo, para que, como muchacho, ablandado con aquellas dulzuras y regalos,
se dejase vencer. Mas el santo niño volvió sus ojos y
su corazón a Dios, y le suplicó tiernamente que le favoreciese y librase de
aquellas mujeres como de serpientes ponzoñosas. Se
vio luego en aquel aposento una luz clarísima, venida del cielo, y fueron oídos
los ángeles cantar alabanzas a Dios. Y como su padre acudiese al aposento
de su hijo, fué tan grande el resplandor que en él vio, que no pudiéndole sufrir,
perdió la vista y dio grandes voces y gemidos por el intenso dolor que en los
ojos tenía. Fué al templo de sus dioses para ser curado, y no le aprovechó, y
les hizo grandes votos y promesas si le restituían la vista; pero las estatuas,
que no la tenían, no se la pudieron dar. Se la dio
su hijo Vito, por virtud de Aquel que es luz del mundo, sin la cual los más
agudos ojos son ciegos. Pero no bastó este beneficio para que el ingrato
padre conociese a Jesucristo y se acordase que era padre, y amase por aquel
nuevo título al que por instinto de la naturaleza debía amar, antes determinó
afligir a su hijo.
Mas el Señor le
libró de sus manos, envió un ángel á Modesto y a Crescencia que le habían
criado, y les mandó que tomasen á Vito y fuesen con él al mar, y entrasen en un
navío que ahí hallarían aprestado, porque él los guiaría, y así se hizo:
el mismo ángel fué el piloto y guía de aquella navegación,
y los llevó al reino de Nápoles, en la provincia de Lucania, y dejándoles cerca
de un río, desapareció. En aquel lugar estuvieron todos tres comiendo de
lo que un águila les traía, haciendo Dios muchos milagros por las oraciones de
san Vito, y alumbrando a los pueblos comarcanos, que por haberse divulgado su
santidad venían a él, y lanzando de sus cuerpos los demonios que los
atormentaban; y para mayor gloria de su santo nombre
quiso Dios que un hijo o hija del emperador Diocleciano en aquella sazón
estuviese muy afligida del demonio, el cual dijo que en ninguna manera saldría
de ella hasta que Vito, siervo de Jesucristo, viniese. Buscaron luego al
santo mozo por mandado del emperador: le hallaron y le
trajeron, y en poniendo sus manos sobre la doncella endemoniada, súbitamente
huyó el demonio, dejando heridos y maltratados algunos de los gentiles que
estaban presentes, por haber hecho burla de san Vito y dicho que no podría
sanar a la enferma, la cual quedó con entera salud. El emperador, como
vio a su hija sana tan presto, y que Vito era mozo y de muy gentil disposición
y presencia, se le aficiono en gran manera, y le ofreció grandes dádivas y
favores, y que le tendría en su palacio, y le trataría como á hijo, si dejando a
Jesucristo reconociese y adorase a sus dioses. Y como Vito se riese de todo lo
que el emperador le ofrecía, convirtiendo la blandura en enojo y el amor en
aborrecimiento, le mandó echar en una oscura prisión con
Modesto y Crescencia, y cargarlos de hierro y prisiones, y que no les diesen ni
una sed de agua. Allí cantaba Vito con el profeta David: Deus in adjutorium meum iníende:
Venid, Dios mío, en mi ayuda y favor. Apareció en la cárcel
luego el favor del cielo.
Se vio una inmensa luz en ella, y se oyó una
voz que decía: —«Está fuerte, Vito,
siervo mío, que yo estoy presto para ayudarte.»
Y aquel lugar horrible o inmundo quedó lleno
de fragancia y de suavísimo olor. Supo Diocleciano de los carceleros lo que
había pasado en la cárcel, e hizo parecer ante sí a los santos mártires. Llevándolos al tribunal, Vito animaba a sus compañeros, y
les decía que tuviesen buen ánimo, porque ya
se llegaba la hora de su corona, la cual sin duda recibirían de la mano del
Señor si perseveraban hasta el fin en la confesión de su fe. Y como el
emperador no pudiese persuadir a Vito que se rindiese a su perversa voluntad,
mandó encender un horno lleno de plomo, resina y pez, y poner en él a los
santos, diciendo a Vito: —«Ahora sí que veremos
si tu Dios te puede librar de mis manos.»
Pero el santo, haciendo la señal de la cruz,
entró en el horno y cantó en él a Dios himnos de alabanza (como lo hicieron los
tres mozos en el horno de Babilonia), y salió de él tan entero como antes, sin
ser quemado ni chamuscado, ni faltarle un pelo, sino con más lustre y
resplandor que antes. Le echaron a un león ferocísimo para que le despedazase,
y como si fuera un manso cordero cayó a los pies del santo, y halagándole se
los lamía. Habían concurrido a este espectáculo más de cien mil hombres y un
número innumerable de mujeres y muchachos, y viendo esta maravilla de Dios se convirtieron
casi mil de ellos, y creyeron en Cristo.
Decía
Vito al emperador: —«¿No ves, Diocleciano,
cómo las fieras se amansan, y olvidadas de su crueldad natural reconocen y
obedecen a su Señor, y tú le desconoces y le desobedeces?»
Pero
estaba tan ciego y tan empedernido el desventurado emperador, que ni las
palabras del santo, ni los milagros que veía, ni los beneficios que había recibido,
bastaron para ablandarle, ni para que entendiese que la virtud que Dios obraba
en aquel santo mozo era para confusión suya y de sus vanos dioses, antes le hizo
extender con Modesto y Crescencia en la catasta (que era un tablado alto y eminente,
en que extendían y atormentaban a los santos mártires con varios instrumentos y
penas); y allí los atormentaron terriblemente y los descoyuntaron, y desencajaron
de sus lugares todos sus miembros, y rasgaron y despedazaron aquellos benditos
cuerpos, hasta descubrir sus entrañas. Estaba a la
sazón el cielo sereno y el aire sosegado, y orando san Vito y pidiendo favor al
Señor se levantó súbitamente una terrible tempestad, y la tierra comenzó a
temblar, y a caer rayos del cielo, y muchos templos de los ídolos se asolaron,
y quedaron muertos muchos gentiles, y el mismo emperador corrido e hiriéndose
la frente huyó por verse vencido de un muchacho.
Bajó un ángel
del cielo y libró a los santos del tormento en que estaban. Los llevó al río
Silario, de donde habían venido, y los puso debajo de un árbol. Allí san Vito
hizo oración al Señor, suplicándole que pues les había hecho gracia que
venciesen los tormentos y los peligros de los demonios y tiranos, les diese la
gloria que de su misericordia esperaban; y
acabada la oración oyó una voz que le decía: —«Vito, yo
he oído tus ruegos;» y
con esto dieron sus almas bienaventuradas a Dios, y los fieles sepultaron sus
cuerpos honoríficamente con ungüentos preciosos. El martirio de estos santos fué
á los 15 de Junio del año del Señor de 303, y el vigésimo del imperio de
Diocleciano y Maximiano. El cuerpo de san Vito después fué trasladado de Roma a
París, y san Venceslao, rey de Bohemia, por gran tesoro hubo un brazo suyo, y
le edificó un suntuoso templo en Praga, que es la metrópoli y cabeza del reino
de Bohemia, el año de 775; y de allí otra vez a Sajonia el año de 826.
¿Quién no ve en esta vida y martirio de san
Vito la omnipotencia y bondad de Dios, que en un flaco y delicado niño así
triunfó de los tiranos, de los tormentos, de la muerte y de todo el poder del
infierno? ¿Quién temerá su flaqueza
o desmayará, considerando la virtud y favor del Señor? Y ¿quién se fiará de
amor de padre o de otro hombre por las buenas obras que le ha hecho, si su
mismo padre, y Diocleciano, cuya hija había sanado, fueron los verdugos de san
Vito y causa de su martirio?
Las
vidas de estos santos traen Surio y los martirologios romanos, Beda, Usuardo y
Adón.
(P.
Ribadeneira.)
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