Durante la
persecución de Diocleciano, el obispo de Benevento, san Jenaro, se encontraba
en Puzzol de incógnito para no ser reconocido por los paganos, que entonces
iban en gran número a consultar a la sibila Cumana, que residía en la cercana
Cuma.
Pero a pesar de toda su presencia era conocida por los cristianos de la zona, porque el diácono
de Miseno san Sosio, acompañado por el diácono Festo y por el lector Desiderio,
lo visitaban muchas veces con gran cautela. Los
paganos reconocieron a Sosio como cristiano y lo denunciaron al juez Drogoncio;
fue capturado, y condenado a ser despedazado por un oso en el anfiteatro de Puzzol.
El obispo san Jenaro, Festo y Desiderio, al
conocer el arresto, y a pesar del riesgo que corrían visitaron a Sosio para confortarlo;
también fueron descubiertos, confesaron que eran
cristianos y fueron conducidos ante el juez Dragoncio, el cual, viendo su
negativa a abjurar, los condenó a la misma pena que Sosio. No se sabe
por qué, pero la sentencia “ad bestias” fue
conmutada por el mismo juez, por la decapitación para
todos.
Ante esta sentencia, el diácono san Próculo
y los laicos cristianos santos Eutiquio y Acucio, protestaron vivamente contra
la sentencia, mientras los mártires iban conducidos al suplicio; con la facilidad y el fanatismo de entonces, fueron también
apresados y condenados a la misma pena y fueron decapitados en el Foro Vulcano,
en Solfatara. Los cuerpos de Festo y Desiderio están sepultados en la abadía de
Montevergine.
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