Durante la
última persecución general contra la Iglesia fueron estos santos condenados con
otros muchos a trabajar en las minas de la Palestina. En ellas formaron
una especie de oratorios, donde celebraban los divinos misterios, hasta que, habiéndolo
sabido el gobernador de la provincia, los dispersó,
mandando algunos a las minas de Chipre, otros a las del monte Líbano y los
restantes a otros puntos. Los tres de que hace hoy memoria la Iglesia merecieron, no ser desterrados, sino condenados a ser
quemados vivos en la misma Palestina, cuyo martirio se efectuó en septiembre
del año 311.
No hay comentarios:
Publicar un comentario